The Washington Post.– Para muchos responsables políticos occidentales, la invasión rusa de Ucrania es la crisis más importante del momento. Es comprensible: una guerra abierta de esta magnitud en Europa marcó un momento histórico en el continente, realineando la gran estrategia de las principales capitales europeas y revitalizando la alianza transatlántica.
Mientras tanto, los efectos dominó de la guerra -conmociones en las cadenas de suministro, los mercados energéticos y los sistemas alimentarios mundiales- han alimentado otras crisis lejanas, desde África Occidental hasta el sur de Asia.
Pero hay mucho más de lo que preocuparse en el mundo. Dos estudios recientes -uno de un grupo de reflexión y otro de una organización humanitaria internacional- exponen los retos que deberían acuciar a los responsables políticos mundiales en 2023.
La Encuesta Anual sobre Prioridades Preventivas, publicada por el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), encuestó a más de 500 funcionarios, responsables políticos y académicos estadounidenses sobre la probabilidad de que se produjeran determinados acontecimientos este año y cuál sería su impacto en los intereses de Estados Unidos. El informe clasifica estas contingencias en tres grupos de posibles puntos calientes y crisis, al menos desde el punto de vista de Washington.
Curiosamente, el informe señalaba que por primera vez desde 2008, cuando se empezó a realizar la encuesta a las élites de la política exterior, “la posibilidad de que una organización terrorista extranjera infligiera un ataque con víctimas masivas a Estados Unidos o a un aliado del tratado no se propuso como contingencia plausible”.
En otras palabras, “desde la perspectiva de quienes responden, la era del 11-S ha terminado”, dijo Paul Stares, director del Centro de Acción Preventiva del CFR, en una sesión informativa celebrada el martes.