Solo los llantos de la familia superaban las tristes notas de un violín que llenaban la amplia sala de la Funeraria Blandino de la Abraham Lincoln, donde desde el pasado martes fueron velados los restos de Julio Lugo.
En extremo del féretro que contiene el cuerpo sin vida de éste, un monitor exhibía gráficas de los momentos que pasó con la familia en la casa, la playa, el hogar y el estadio, entre otros. En el otro un póster de sus tiempos de jugador con los Medias Rojas de Boston. Recostadas de las paredes, decenas de coronas florales despidiéndole con la certeza de que tendrá gloria eterna.
“Yo no sé cómo nos vamos hacer ahora”, expresaba entre sollozos Julio Alejandro, el segundo de los cuatro hijos de Lugo, quien solía llevarle temprano al colegio New Horizons y recogerle a las 2:15 de la tarde.
A las cuatro, acompañaba al juvenil jardinero central a un estadio de Boca Chica, donde ayudaba con los entrenamientos. De allí retornaban a las siete de la noche.
“El mejor hombre que he conocido. El mejor papá del mundo. Mi amigo, el instructor que siempre me aconsejaba”, resaltaba el juvenil jugador — quien como Josmael , el mayor, de 18 años y también centerfielder– pareceuna réplica del finado beisbolista, quien se ganó el aprecio de cuanto le trataron por su trato afable y proverbial sonrisa.
“Todos los seres humanos tienen defectos, pero no creo que haya uno mejor que mi papá. Vivió para sus hijos. Hacía todo por nosotros”, agrega Josmael.
Perenne queda en su memoria la risa que por la vía telefónica escuchó de su progenitor, su último contacto.
“Estaba manejando y vi a David Ortiz de lejos”, relata sobre el encuentro que sostuvo con el “Big Papi”, a compañero en las tres temporadas que su padre militó con los Medias Rojas de Boston.
“Fui hacia donde él, nos tiramos una foto y le dije ´mira papi, me encontré a David Ortiz´. Se la mandé y me respondió con una sonrisa”, apunta.
Los testimonios de pesar se escuchaban por doquier en la funeraria, desde donde a las tres p.m. partió el cortejo fúnebre para el Cementerio Jardín Memorial.
“Julio pasaba desapercibido de tan sencillo que era. Muy humanitario, educadísimo y se daba a querer fácil. Le vamos a echar de menos”, declaró Ángel Rondón, su vecino de la Torre El Caney y testigo de excepción porque estuvo junto a él cuando el pasado lunes sintió los primeros síntomas del ataque cardíaco que minutos después terminó quitándole la vida.
Los compañeros del ex infielder en el equipo de softbol del Banco Central se presentaron uniformados para darle el último adiós y, también, para entregarle a la familia la chaqueta que vistieron durante el intercambio que sostuvieron el pasado fin de semana en la “Isla del Encanto” con los Rinocerontes de San Juan.
Lugo no pudo asistir porque le dolía el brazo izquierdo y, sobre todo, por sus compromisos los domingos en el programa televisivo “La Hora del Deporte”, que produce Héctor J. Cruz por CDN Sport, donde hacía pininos en la crónica especializada.
“Guárdenme mi chaqueta”, recuerda Ruby Vásquez que le dijo a Juan Suriel, su más cercano amigo en el conjunto. “Él estaba muy entusiasmado, pero no pudo hacer el viaje. Se la guardamos, pero no era para entregarla en este momento”.
Alejandro Aponte, amigo de la familia Lugo desde que residían hace varias décadas en el Barrio 30 de Mayo, de Barahona, destaca que Julio era muy humilde y familiar.
”Julio era muy familiar. Agradecemos los buenos momentos que pasamos cuando compartimos”, declara, por su lado, Altagracia Lugo, “la tía Altagracia”, como le decía.
Al sepelio asistieron los inmortales de Cooperstown Pedro Martínez y Vladimir Guerrero, así como Moisés Alou, uno de sus mentores; el estelar jardinero de los Nacionales de Washington, Juan Soto, José Miguel Bonetti, presidente del Escogido; Junior Noboa y Quilvio Veras, comisionados de Béisbol; Alberto Rodríguez, viceministro Administrativo de la Presidencia, así como personalidades del mundo empresarial y político, entre otros.