El sida avanza en el este de Europa, eclipsado por el covid

Bucarest, Rumania

En una calle de Bucarest, los toxicómanos se agolpan en torno a una ambulancia para recuperar las escasas jeringas que les ofrecen. Cuando la mirada del mundo se dirige hacia el covid-19, la lucha contra el VIH se estanca y el sida avanza en Europa del Este.

Alina Schiau, de la Asociación rumana anti-sida (ARAS), recorre tres veces por semana los barrios más afectados de la capital rumana para ayudar a las personas vulnerables y suministrarles material esterilizado para minimizar los riesgos de contaminación.

Pero las reservas disminuyen.

A falta de fondos públicos en un momento en que todos los esfuerzos se concentran en el coronavirus, la ambulancia podría verse obligada a quedarse parada a partir de noviembre, se lamenta esta mujer.

“¿Qué cuesta menos caro? ¿Comprar una jeringa o tratar a un paciente toda la vida?”, se preocupa su colega Ada Luca, furiosa frente a la inacción del gobierno.

Antes de la crisis sanitaria, el exbloque comunista figuraba entre las regiones más afectadas: en 2019, un 76% de los casos de sida diagnosticados en Europa se detectaron en la parte oriental, según el Centro europeo de prevención y control de enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés).

Y el covid-19 ha agravado la situación.

Disminuyen las pruebas

“A la estigmatización que sufren las personas seropositivas en muchos países, la pandemia agregó desafíos suplementarios”, explica a la AFP Davron Mukhamadiev, coordinador para Europa de la Cruz Roja.

Hospitales cerrados para los enfermos que no tengan covid, confinamiento, restricciones de viaje: el acceso a muchas pruebas, entre ellas las de diagnóstico, se ha visto restringido.

Según Onusida, 140,000 nuevos casos de VIH fueron registrados en Europa del este y Asia central en 2020, frente a los 170,000 en 2019. Más que indicar un cambio positivo, estos números reflejan sobre todo una disminución “brutal” de las pruebas, subraya la agencia de la ONU.

Rumania, un país de 19 millones de habitantes que cuenta unos 17,000 pacientes seropositivos, vio cómo el número de pruebas de diagnóstico se reducía en un tercio el año pasado.

Lo mismo ocurrió en la vecina Bulgaria: “los centros sanitarios regionales se vieron desbordados por las pruebas de covid-19 y casi no volvieron a hacer pruebas de VIH”, lamenta Alexander Milanov, de la organización nacional de defensa de los pacientes.

“Abandonados”

La pandemia del coronavirus también complicó el acceso de los enfermos a los medicamentos, subraya Mukhamadiev.

Un obstáculo más para los seropositivos de Rumania, uno de los países de la UE con menor presupuesto para salud, donde los hospitales sufren una gran escasez de medicamentos para las terapias que requieren estos enfermos.

Para Alexandru Tantu, informático seropositivo de 28 años que vive en Bucarest, el argumento de la falta de recursos “no es sólido”.

“Nos sentimos abandonados, de ahí nuestra furia”, dice el joven a la AFP, quien menciona enfermos para los que la ausencia o el retraso del tratamiento puede tener “consecuencias irreversibles”.

 

Solicitado por la AFP para pronunciarse sobre esta cuestión, el ministerio de Salud no respondió, pero los médicos afirmaron que esperan una entrega de fondos tras una ampliación del presupuesto aprobada por el gobierno.

Aunque Alexandru se siente “privilegiado”, ya que tiene un empleo estable, confiesa que ha recibido llamadas de otros enfermos que “piensan en el suicidio”.

Reprocha además al Estado que nunca haya reconocido “su responsabilidad histórica” en una parte de las muertes provocadas por el sida.

Unos 11,000 niños nacidos en los años 1980, bajo el régimen de Nicolae Ceaucescu, terminaron contaminados por usar jeringas no esterilizadas en hospitales u orfanatos. Pero el sida era entonces considerado como un mal que afectaba a un “depravado Occidente”.

Convivir con el miedo

Alina Dumitriu, directora de la ONG Sens Pozitiv, vivió la escasez de tratamientos anti-sida, pero pensaba que esos tiempos habían quedado atrás.

Nada más lejos de su realidad. Entre las llamadas y los mensajes desesperados de los pacientes, esta mujer cuenta cuidadosamente los comprimidos, muchos de ellos procedentes de donaciones extranjeras, que enviará a personas que dependen de ellos para sobrevivir, es decir, decenas de enfermos cada semana.

A veces, también envía estos medicamentos a los hospitales, que “tuvieron que hacer recortes en el presupuesto destinado a los enfermos de sida para hacer frente al flujo de casos graves de coronavirus”.

Aunque las nuevas terapias hacen que los pacientes vivan más tiempo, “estos enfermos siempre tienen miedo porque no saben si al día siguiente tendrán sus medicamentos”, explica Dumitriu, que carga una bolsa roja con pastillas que valen varios miles de dólares. Muy a su pesar, se ha convertido casi en una “traficante de medicamentos”.

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