“Ellos le traen comida a los niños, nos traen ropa y zapatos (…) saben lo duro que es esto”, dice Jhoan Rieras, un venezolano de 31 años que llegó al puerto colombiano de Necoclí (noroeste) hace una semana buscando el camino que decenas de miles han seguido para cruzar hacia Centroamérica en lo que va del año.
Pero encontró la puerta cerrada: las únicas dos navieras que atraviesan el golfo de 60 kilómetros que los separa de la frontera se niegan a vender tiquetes a los venezolanos, quienes huyen de la prolongada crisis de la otrora nación petrolera.
Según los policías que custodian el puerto, la restricción obedece a la negativa del gobierno panameño a recibir venezolanos. El país centroamericano no ha emitido ninguna orden oficial al respecto.