Sonrientes con los reporteros, posando ante las cámaras e incluso concediendo una entrevista a una mujer periodista, los talibanes parecen haber iniciado una importante campaña de seducción mediática para convencer a los afganos y al mundo de que han cambiado.
Pero los afganos –y sobre todo las afganas y las minorías religiosas– tienen vivo el recuerdo del brutal régimen fundamentalista que instauraron durante su etapa en el poder, de 1996 a 2001.
– ¿Qué prometen los talibanes?
“En cuanto a la ideología y el dogma, no hay diferencias”, declaró el martes uno de sus portavoces, Zabihullah Mujahid, durante la primera rueda de prensa en Kabul.
Pero en “la experiencia, madurez y perspicacia hay mucha, sin duda”, añadió.
A continuación, Mujahid, enumeró una larga lista de seductoras promesas: amnistía para todos, derechos para las mujeres como el acceso a la educación y al trabajo, medios independientes y libres, y la formación de un gobierno inclusivo.
Otro responsable talibán pasó del dicho al hecho y se sentó incluso con una periodista durante una entrevista en cara a cara.
Los talibanes quieren igualmente formar parte de la comunidad internacional y prometen que su territorio no será una base de terroristas, como era el caso en 2001 cuando Estados Unidos invadió el país por su negativa a entregar al líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.
También mandaron representantes a la Ashura, una de las principales fiestas religiosas de la comunidad chiíta, que los extremistas sunítas como los talibanes tratan de herejes.
Desde hace meses los talibanes hacen este tipo de gestos pero guardan silencio sobre los detalles de sus promesas. Y advierten: todo se hará dentro de su propia interpretación de la ley islámica.
– ¿Por qué no inspiran confianza?
Nadie olvida sus abusos entre 1996 y 2001.
Entretenimientos como la televisión y la música estaban prohibidos, se cortaba las manos a los ladrones, los asesinos eran ejecutados en público, las mujeres no podían ni trabajar ni estudiar, y aquellas que cometían delitos como el adulterio eran azotadas con látigos y lapidadas hasta la muerte.
La comunidad internacional les acusó de masacrar a civiles, sobre todo miembros de la minoría chiíta.
Y en su llegada al poder en 1996 prometieron, como esta semana, una amnistía general, pero dos días después ejecutaron al antiguo presidente Najibulá y colgaron su cuerpo de una farola.
Ahora, mientras sus voceros se muestran moderados, sus tropas son acusadas en algunas regiones de amenazar a periodistas o de no dejar a las mujeres volver a la universidad.
En Kabul, las imágenes de mujeres de los escaparates de las tiendas desaparecieron.
“Actualmente, son los mejores en relaciones públicas (…) Hablan inglés, se dirigen a los medios internacionales”, explicó en una entrevista para la cadena británica Channel Four Pashtana Durrani, que dirige una ONG para la educación de las mujeres en Kandahar (sur).
“Dicen una cosa en rueda de prensa y hacen otra sobre le terreno”, destacó.
– ¿Los afganos les creen? ¿Y el mundo?
A pesar de meses de campaña para mejorar su imagen ante la comunidad internacional y tranquilizar a sus compatriotas, los talibanes están lejos de haber logrado su objetivo.
Decenas de miles de afganos aterrorizados intentan desde el domingo huir a través del aeropuerto de Kabul.
Se ven menos mujeres en las calles. Los periodistas y las personas que trabajaron para organizaciones internacionales temen ser víctimas de represalias.
China, Rusia, Turquía e Irán muestran signos de acercamiento con los talibanes pero de momento nadie les ha reconocido internacionalmente.
El primer ministro británico, Boris Johnson, les advirtio el miércoles que serían “juzgados por sus actos, no por sus palabras”, una posición compartida por Alemania, Estados Unidos y Francia.