“El vestidor” de un teatro que se crece

El teatro es arte en movimiento. Sus personajes son interpretados por actrices y actores que no tienen los problemas que montan y diseñan a nuestros ojos representando sus respectivos roles en el proscenio. Esta pieza en particular es teatro dentro del teatro y asimismo es metateatro que poetiza a Shakespeare en su obra El Rey Lear.

En su narrativa incentiva el amor por Shakespeare, pues se trata de una compañía teatral especializada en el montaje de las obras del dramaturgo inglés más emblemático. Como en El Rey Lear, la obra tiene un final trágico que termina con la historia de un individuo patético, depredador sexual, cruel, autoritario e inmensamente sensible, cuya contradicción es tanta que lacera su coexistencia y le lleva a un mutis de escena y en el ocaso de su añeja vida.

El escenario en que se desarrolla la historia es la Inglaterra de 1942, cuando la aviación nazista en plena II Guerra Mundial realiza su esquema de bombardeos llamados “Baedeker Raids”. Baedeker era una conocida guía turística alemana. La Luftwaffe prometió bombardear todos los edificios de Gran Bretaña a los que la guía Baedeker les había otorgado “tres estrellas”, y en uno de esos ocurre el montaje de la pieza en cuestión. Ronald Harwood escribió el texto entre 1953 y 1958, recién llegado a Inglaterra desde Australia; fue mayordomo del actor británico Donald Wolfit (1902-1968).

El Rey Lear fue escrita entre 1604 y 1606 por William Shakespeare (1564-1616). Habla sobre el envejecimiento y se contextualiza en el imperio de la reina Isabel. Su narrativa se vuelca sobre la relación entre padres e hijos, los lazos de sangre y las afiliaciones bastardas como telón de fondo. Entonces, El Vestidor fabula con la realeza y sus representantes que actúan en la vida como bufones de un imperio decadente –como el británico que pierde sus posesiones e intereses ultramar con la independencia de nuevas repúblicas–. Sí, muere el déspota que atemoriza a todo a su alrededor violando toda integridad física y psicológica de las mujeres y todo aquel que le sirve tal cual su fiel ´vestidor´. Propicia así dicho texto, diversas lecturas que son cocidas a partir del Sir (título de realeza británica), su senectud tragicómica y el vasallaje de su mayordomo.

Pues bien, la obra trae al veterano maestro de la escena dominicana Giovanny Cruz, quien demuestra lo que es ser actor –una vez más–. Exmin Carvajal, Yanela Hernández, Luvil González y Karoline Becker no se quedan atrás y cada quien da su respectiva tonalidad de pie de amigo imponderables, tal y como lo hicieron en la función de estreno –que como ya se sabe es el verdadero ‘ensayo general’– que es gratamente refrescante.

La puesta en escena cuidad del ritmo, al tiempo que revela complejidades explicitando aspectos humanos en un montaje habilidoso en el uso del lenguaje teatral. Las elecciones estéticas de vestuario, maquillaje, peluquería, iluminación, escenografía, música y efectos sonoros se acoplaron en avispada articulación de contenidos. Tal pericia técnica e intencionalidad dramática jugaron a favor de una buena conexión emotiva con la platea. La pieza continúa en la Sala Ravelo del Teatro Nacional este jueves 29, viernes 30 y sábado 31 de agosto, a las 8:30 p.m., y domingo a las 7:00 de la noche.

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