Brasilia, Brasil .- La sentencia de Lula es apenas la última de una necesaria pero paralizante purga.
Sérgio Moro, el juez federal que encabeza la fiscalía en la investigación por corrupción en Brasil, se pronunció con pesar. Hace sólo siete años, Luiz Inácio Lula da Silva era el presidente más popular de Brasil, y quizás del mundo. Esta semana, el Sr. Moro condenó a este hombre, tan carismático que simplemente es conocido como “Lula”, por los cargos de corrupción y lo sentenció a casi 10 años de cárcel, sujeto a apelación. “La actual condena no le causa a este juez ninguna satisfacción personal”, escribió el Sr. Moro en su decisión. Pero “no importa cuán alto se esté, la ley siempre estará por encima”.
La decisión, aunque incluso la propia defensa de Lula la esperaba, es sorprendente. A Lula se le acreditó proyectar a Brasil hacia el escenario mundial y sacar a millones de personas de la pobreza. Era considerado un fuerte candidato para las elecciones presidenciales del próximo año. Ahora ha sido encontrado culpable de recibir sobornos de la constructora OAS. Sin embargo, a pesar de ser extraordinaria, la condena de Lula es apenas la última en la ‘Operación Lava Jato’, la investigación de la corrupción en Brasil y las investigaciones asociadas.
En los últimos tres años, estas investigaciones han resultado en la condena de decenas de políticos brasileños, todos miembros de la previamente inmune pandilla de los “¿sabes quién soy?”. Los efectos han repercutido en toda América Latina, donde los escándalos de corrupción penden sobre las cabezas de varios ex presidentes, desde Cristina Fernández de Kirchner en Argentina hasta Ricardo Martinelli en Panamá.
De vuelta en Brasil, la furia pública por la corrupción gubernamental y la incompetencia indirectamente condujeron a la destitución el año pasado de la presidenta Dilma Rousseff. Pueden llevar a la destitución de Michel Temer, el actual presidente, quien está siendo investigado por posibles sobornos recibidos de JBS, la compañía empacadora de carne más grande del mundo. Como purga anticorrupción, la brasileña ha sido radical y políticamente imparcial; y su sistema judicial independiente ha sido un ejemplo saludable. Mantiene la perspectiva de un país auténticamente mejor. Pero también ha sido radicalmente desestabilizadora.
La clase política brasileña está casi totalmente desacreditada. Esto se lo merecía; un tercio del gabinete y buena parte del congreso están bajo investigación. Pero esa situación ha puesto en duda quién podría convertirse en el próximo presidente de Brasil en 2018. La inversión empresarial está congelada mientras dura la incertidumbre. Cada negociación de condena produce más denuncias. En parte como resultado, Brasil está saliendo lentamente, en el mejor de los casos, de su peor recesión.
Aun así, el precio de no realizar la purga sería mucho mayor. El lamentable estado de la vecina Venezuela es una lección sobre el costo de la impunidad. Unos pocos miles de millones de dólares probablemente fueron robados, estafados, o malversados en Brasil. En Venezuela, se han perdido hasta US$300 mil millones en los últimos 17 años según estimados de Jorge Giordani, un ex ministro de planificación y confidente de Hugo Chávez.
Muchos en la comunidad de negocios de Brasil podrían querer que se detuvieran las investigaciones. Algunos temen una repetición del movimiento “manos limpias” de Italia, que ha sido objeto de profundo estudio por parte de los jueces brasileños. En ese país, la satisfacción pública por derribar a los corruptos finalmente se extinguió, y la destrucción de la clase política italiana resultó en el surgimiento de Silvio Berlusconi.
Sin embargo, los procesos legales tienen su propio ritmo y lógica interna. No se pueden ajustar igual que un plan de negocios corporativo. Aun así, es posible que la investigación por corrupción en Brasil haya alcanzado su punto máximo. Aunque existen muchos otros casos que resolver, la condena de Lula representa una cima simbólica. Transformar Brasil para siempre requiere un trabajo más profundo, como una reforma de los inmanejables sistemas partidista y electoral del país. Ése es el pozo de donde brota la corrupción. El reto al que se enfrenta el próximo presidente de Brasil es limpiar este pozo y restablecer la confianza en las instituciones políticas.
Fuente: Financial Times