París, Francia .- Donald Trump y Emmanuel Macron. La cara y la cruz de la política internacional volverán a medirse este jueves en público. Invitado por el mandatario francés, el presidente de Estados Unidos ha llegado este jueves a la capital francesa para rebajar la tensión con la nueva estrella del firmamento europeo. Macron, como hizo en mayo al reunirse en Versalles con el líder ruso, Vladímir Putin, quiere seducir e impresionar a su invitado, que asistirá el 14 de julio al desfile militar con ocasión de la fiesta nacional de Francia.
Trump ha sembrado el camino de espinas. Ya en febrero, en uno de sus enfebrecidos mítines, puso la capital francesa como ejemplo del fracaso europeo en la lucha contra el terrorismo. “París ya no es París”, sentenció en una frase que dejó estupefactos a los dirigentes franceses. Luego, al anunciar en junio el abandono del pacto contra el cambio climático, volvió a vapulear a la ciudad de la luz. Esta vez, para demostrar lo poco que le importa. “Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París. No se puede enfrentar a los trabajadores al riesgo de perder sus empleos. No podemos estar en permanente desventaja. Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París”, dijo.
Con este bagaje, la remontada será difícil. No es solo que le persigan sus propias palabras o el rechazo de la opinión pública francesa. Enfrente tiene a un líder de 39 años que ha consolidado su plaza mundial en oposición a él. Macron es culto, progresista para los parámetros norteamericanos, y defiende los pactos internacionales. El presidente estadounidense es un vendaval aislacionista, que ama el dinero y detesta los modos europeos. Juntos, son ángulos opuestos. Pero ambos saben que están condenados a tratarse. Que más allá de los apretones de manos y la tensión gestual, hay una agenda común. Siria, la OTAN, la lucha contra el terrorismo y hasta las secuelas del G-20 forman parte de los asuntos pendientes.
Para facilitar ese entendimiento el Elíseo ha diseñado una agenda rica en símbolos históricos de la grandeur francesa a la secular alianza franco-americana y militares. Un recorrido corto e intenso que incluirá, el jueves, visitar la tumba del mariscal Foch, comandante supremo del comando aliado en la Primera Guerra Mundial, el Museo Nacional de Guerra y la tumba de Napoleón en el Palacio de los Inválidos.
Después, llegará la política. El formato elegido ha sido una reunión bilateral en el Elíseo, sede de la presidencia francesa, que concluirá con una conferencia de prensa conjunta. Por la noche los presidentes cenarán con sus esposas en el restaurante panorámico Le Jules Verne (230 euros el menú de degustación) de la Torre Eiffel, el símbolo mundial de la ciudad, una manera de replicar a las teorías del presidente de EE UU sobre el supuesto declive de la capital francesa.
El viernes, Donald y Melania Trump participarán como invitados de honor al desfile del 14 de julio en los Campos Elíseos. Será el momento más deseado por Trump, un enamorado de las paradas militares y acicate de la visita, pero también extraordinariamente delicado, donde cualquier salida de tono desencadenará las iras nacionales.
El 14 de julio es para Francia un día de gloria. Se celebra la reconciliación de los franceses, pero también la toma de la Bastilla y con ella el fin del despotismo monárquico y el nacimiento de la Francia universal. Del país que brilló como pocos en la construcción de los ideales humanistas. Del país, también, que posee la bomba atómica y es una potencia militar, como podrá comprobarse en el desfile: este es otro mensaje de Macron a Trump, que ha despreciado las capacidades militares europeas.
Ante las críticas en Francia por invitar a Trump en una fecha tan señalada, la presidencia francesa replica que este año Estados Unidos es el invitado de honor porque se conmemoran cien años de su entrada en la Primera Guerra Mundial. De ahí que por los Campos Elíseos desfilen soldados y armamento americano.
“Cuando se invita a un país que es invitado de honor, se invita a su jefe de Estado”, dijo una fuente del Elíseo. “Tenemos por costumbre recibir bien a nuestros invitados”. La misma fuente, que requirió anonimato, añadió: “Esto no significa que las conversaciones eludan los temas en los que hay divergencias. Pero tampoco quiere decir que sólo haya temas en los que tengamos divergencias”.
Macron, reforzado por sus victorias electorales y por su ímpetu europeísta, confía en poder domesticar a Trump, atraerle al círculo de los líderes razonables. Las profundas diferencias ideológicas y de talante no han impedido una relación amable en los encuentros y conversaciones que han mantenido desde que Macron ganó las elecciones en mayo.
La oportunidad para recuperar terreno perdido está ahí. La Casa Blanca ha tratado por todos los medios de rebajar la tensión. Ha destacado la “química” entre ambos líderes y sostiene que su relación es “muy buena”. “En algunos temas vemos el mundo un poco distinto, pero en muchos otros tenemos la misma perspectiva. Macron es realmente innovador, pionero y carismático. Es alguien que trata de hacer cosas distintas en Francia. Por eso ambos piensan que tienen cosas en común”, indica un portavoz de la Casa Blanca. La citada fuente del Elíseo describió la relación como “abierta, franca, directa, constructiva”. Macron y Trump, los dos antagonistas, tienen 24 horas para fijar el rumbo.
Fuente: El País