CLEVELAND. Ahora Cleveland puede conjurar una sequía de títulos de tan sólo cuatro meses. Cleveland, sí, la ciudad que durante años fue motivo de burlas y donde el deporte no deparaba sino decepciones que se habían arraigado en el ADN colectivo de numerosos fanáticos. Sus habitantes están a punto de celebrar por segunda vez en un año.
Es el “año de Cleveland”. Las copas y botellas vacías fueron desechadas recién, tras la larga fiesta por la remontada y coronación de LeBron James y los Cavaliers en la final de la NBA, y ahora resulta que los Indios, que han desafiado los pronósticos durante toda la temporada, avanzaron a la Serie Mundial, algo que no se veía desde 1997.
En un hecho que no imaginaba ni el fanático más optimista de Cleveland, los Cavs recibirán sus anillos de campeones el martes por la noche, en el Quickens Loans Arena. Serán el primer equipo de la ciudad desde 1964 que desplegará un banderín de campeón, justo cuando los Indios comiencen a jugar el primer juego del Clásico de Otoño, en el cercano Progressive Field.
“¿Puede haber algo mejor?”, preguntó James. “No lo sé… Seremos locales en el primer juego de la Serie Mundial y recibiremos nuestros anillos en la misma noche y al mismo tiempo”.
En estos días, el humor se usa para zaherir a otras ciudades, no a ésta. Cleveland atraviesa por un renacimiento en el siglo XXI, una percepción que se volvió más clara cuando los Cavs conquistaron el primer campeonato relevante de la ciudad en los deportes profesionales en 52 años.
Ayer, los últimos boletos disponibles para el Clásico de Otoño se agotaron en 15 minutos.