El Santo Padre ha canonizado esta mañana durante la misa celebrada en la Plaza de San Pedro a los beatos Estanislao de Jesús María Papczynski (1631-1701), sacerdote escolapio polaco, fundador de la Orden de Clérigos Marianos de la Inmaculada Virgen Maríay María Isabel Hesselblad (1870-1957), religiosa sueca , fundadora de las Hermanas Brigidinas. Ambos, recordó Francisco, permanacieron unidos a la pasión de Jesús y en ellos se manifestó el poder de su resurrección.
“En la Pasión de Cristo -dijo en su homilía está la respuesta de Dios al grito angustiado y a veces indignado que provoca en nosotros la experiencia del dolor y de la muerte. Se trata de no escapar de la cruz, sino de permanecer ahí, como hizo la Virgen Madre, que sufriendo junto a Jesús recibió la gracia de esperar contra toda esperanza”. Y de dos signos prodigiosos de resurrección hablan la primera lectura y el evangelio de este domingo.
En el primero, la viuda de Sarepta —una mujer no judía, que sin embargo había acogido en su casa al profeta Elías— está indignada con el profeta y con Dios porque, precisamente cuando Elías era su huésped, su hijo se enfermó y después murió en sus brazos. Entonces Elías dice a esa mujer: «Dame a tu hijo». “Esta es una palabra clave -explicó el Papa- manifiesta la actitud de Dios ante nuestra muerte (en todas sus formas); no dice: «tenla contigo, arréglatelas», sino que dice: «Dámela». En efecto, el profeta toma al niño y lo lleva a la habitación de arriba, y allí, él solo, en la oración, «lucha con Dios», presentándole el sinsentido de esa muerte. Y el Señor escuchó la voz de Elías, porque en realidad era él, Dios, quien hablaba y el que obraba en el profeta. Era él que, por boca de Elías, había dicho a la mujer: «Dame a tu hijo». Y ahora era él quien lo restituía vivo a su madre”.
La ternura de Dios se revela plenamente en Jesús. “Hemos escuchado en el Evangelio cómo él experimentó «mucha compasión» por esa viuda de Naín, en Galilea, que estaba acompañando a la sepultura a su único hijo, aún adolescente. Pero Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. «No llores», le dice Como si le pidiera: «Dame a tu hijo». Jesús pide para sí nuestra muerte, para librarnos de ella y darnos la vida. Y en efecto, ese joven se despertó como de un sueño profundo y comenzó a hablar. Y Jesús «lo devuelve a su madre». No es un mago. Es la ternura de Dios encarnada, en él obra la inmensa compasión del Padre”.
“Y también con los pecadores -subrayó el Santo Padre, terminando su homilía- a todos y cada uno, Jesús no cesa de hacer brillar la victoria de la gracia que da vida. Y hoy, y siempre, dice a la Madre Iglesia: «Dame a tus hijos», que somos todos nosotros. Él toma consigo todos nuestros pecados, los borra y nos devuelve vivos a la misma Iglesia. Y esto sucede de modo especial durante este Año Santo de la Misericordia”.
En el ángelus, rezado al final de la celebración eucarística, el Papa saludó a las delegaciones de los países de procedencia de los nuevos santos, Polonia, guíada por el presidente de la República y Suecia y pidió que la Virgen María nos guíase siempre por el camino de la santidad y nos sostuviera en la construcción día a día de la justicia y la paz.
Fuente:Vaticano Prensa