La necesidad de rezar siempre, sin desfallecer, porque la oración mantiene la fe y la relación con Dios, ha sido el tema de la catequesis del Santo Padre durante la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro. Para explicarlo recurrió a la parábola de la viuda y el juez que narra el evangelio de san Lucas.
Las viudas, los huérfanos y los extranjeros eran los grupos más desvalidos de la sociedad; los derechos que la ley les otorgaba podían ser pisoteados fácilmente porque, siendo en general personas solas e indefensas, no contaban con nadie que hiciera valer sus razones. Los jueces, según la tradición bíblica, debían ser hombres temerosos de Dios, imparciales e incorruptibles. Pero el juez al que recurre la viuda de la parábola para tener justicia no lo era, “ni temía a Dios, ni respetaba a nadie”, dice el texto. La única arma de la mujer es su perseverancia, su importunar al alto personaje para que la escuche. Y lo consigue. Al final, el juez accede a sus peticiones, no porque esté movido por la misericordia, ni porque se lo dicte la conciencia; simplemente admite: “Como esta viuda me importuna constantemente, le haré justicia para que no me moleste más”.
“De esta parábola -dijo Francisco-Jesús saca una doble conclusión: si la viuda, con su insistencia consiguió obtener de un juez injusto lo que necesitaba, cuanto más Dios que es nuestro padre, bueno y justo, hará justicia a los que se lo pidan con perseverancia y además sin tardar. Por eso, Jesús nos exhorta a rezar “sin desfallecer”. Todos atravesamos por momentos de fatiga y desánimo, especialmente cuando nuestras oraciones parecen ineficaces. Pero Jesús nos asegura que a diferencia del juez injusto Dios responde con prontitud a sus hijos, aunque esto no quiere decir que lo haga en el tiempo y la forma que nos gustaría. ¡La oración no es una varita mágica! Ayuda a mantener la fe en Dios y confiar en Él, incluso cuando no entendemos su voluntad”.
Jesús mismo, que rezaba tanto, sirve de ejemplo. Como afirma san Pablo en la Carta a los Hebreos, durante su vida terrenal, suplicaba a Dios que podía salvarlo de la muerte y gracias a su abandono a la voluntad del Padre su súplica fue escuchada, aunque si esta afirmación, a primera vista, parece inverosímil, porque Jesús murió en la cruz. “Sin embargo, la Carta a los Hebreos no se equivoca -observó el Papa- Dios salvó a Jesús de la muerte, dándole la victoria total sobre ella, pero el camino para lograrlo pasó incluso a través de la muerte”. Jesús también suplicó al Padre la noche antes de su muerte en Getsemaní para que lo librase del amargo cáliz de la pasión, pero su oración estaba impregnada de confianza en la voluntad del Altísimo: “No como yo quiero, sino como quieres tú”. “El objeto de la oración pasa al segundo plano porque lo que importa por encima de todo es la relación con el Padre. Esto es lo que hace la oración: transforma el deseo y lo moldea según la voluntad de Dios, cualquiera que sea, porque quien reza aspira en primer lugar a la unión con Dios que es Amor Misericordioso”.
La parábola termina con una pregunta: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?”. “Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no hay que desistir de la oración, incluso si no es correspondida. La oración mantiene la fe, sin ella la fe se tambalea -dijo el Papa al final de su catequesis- Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante como la de la viuda de la parábola, una fe que se nutra del deseo de su venida. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un padre sale al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso”