“Caminar ante la presencia de Dios de modo irreprensible”. En su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, el Papa afirmó que esto quiere decir “moverse hacia la santidad”. Un empeño que ciertamente tiene necesidad de un corazón que sepa esperar con coraje, ponerse en discusión y abrirse “con sencillez” a la gracia de Dios.
“La santidad no se compra. Ni la ganan las mejores fuerzas humanas. No, la santidad sencilla de todos los cristianos, la nuestra, aquella que debemos hacer todos los días – afirmó el Papa – es un camino que se puede hacer sólo si lo sostienen cuatro elementos imprescindibles, a saber: coraje, esperanza, gracia y conversión”.
El camino del coraje
Francisco comentó el pasaje litúrgico tomado de la primera Carta de Pedro, que definió un “pequeño tratado sobre la santidad”, que dice que debemos “caminar ante la presencia de Dios de modo irreprensible”:
“Este caminar: la santidad es un camino, la santidad no se puede comprar, no se vende. Ni siquiera se regala. La santidad es un camino ante la presencia de Dios, que debo hacer yo: no puede hacerlo otro en mi nombre. Yo puedo rezar para que aquel otro sea santo, pero el camino debe hacerlo él, no yo. Caminar ante la presencia de Dios, de modo irreprensible. Y yo usaré hoy algunas palabras que nos enseñen cómo es la santidad de cada día, aquella santidad – digamos – también anónima. Primero: coraje. El camino hacia la santidad requiere coraje”.
Esperanza y gracia
“El Reino de los Cielos de Jesús – repitió el Papa – es para aquellos que tienen el coraje de ir adelante” y el coraje – observó – está movido por “la esperanza”, la segunda palabra del itinerario que conduce a la santidad. El coraje que espera “en un encuentro con Jesús”. Después está el tercer elemento, cuando Pedro escribe: “Pongan toda su esperanza en aquella gracia”:
“La santidad no podemos hacerla nosotros solos. No. Es una gracia. Ser bueno, ser santo, ir dando todos los días un paso adelante en la vida cristiana es una gracia de Dios y debemos pedirla. Coraje, un camino. Un camino, que se debe hacer con coraje, con la esperanza y con la disponibilidad de recibir esta gracia. Y la esperanza: la esperanza del camino. Es tan bello aquel capítulo XI de la Carta a los Hebreos, léanlo. Relata el camino de nuestros padres, de los primeros llamados por Dios. Y de cómo ellos fueron adelante. Y de nuestro padre Abraham dice: ‘Pero, él salió sin saber adónde iba’. Pero con esperanza”.
Convertirse todos los días
El Pontífice prosiguió explicando que Pedro, en su Carta, pone de manifiesto la importancia de un cuarto elemento. Cuando invita a sus interlocutores a no conformarse “a los deseos de un tiempo”, los insta esencialmente a cambiar desde dentro el propio corazón, en un continuo y cotidiano trabajo interior:
“La conversión, todos los días: ‘Ah, Padre, para convertirme yo debo hacer penitencias, darme bastonazos…’. ‘No, no, no: conversiones pequeñas. Pero si tú eres capaz de lograr no hablar mal de alguien, estás por el buen camino para llegar a ser santo’. ¡Es tan simple! Yo sé que ustedes jamás hablan mal de los demás, ¿no? Pequeñas cosas… Tengo ganas de criticar al vecino, al compañero de trabajo: morderse la lengua un poco. Se hinchará un poco la lengua, pero su espíritu será más santo, en este camino. Nada grande, mortificaciones: no, es sencillo. El camino de la santidad es simple. No volver para atrás, sino ir siempre adelante, ¿no? Y con fortaleza”.
Fuente. Prensa Vaticano/(María Fernanda Bernasconi – RV).