Papa dice Ignorar al pobre es despreciar a Dios

La misericordia como responsabilidad con los pobres, explicada a través de la parábola del pobre Lázaro, tirado en el portal del hombre rico que se vestía de púrpura y lino y comía opíparamente sin dejar que el mendigo recogiera al menos las migajas, fue el tema de la catequesis del Santo Padre en la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro.

“Las vidas de estas dos personas van en direcciones paralelas -dijo el Papa- no se encuentran nunca. La puerta del rico siempre está cerrada para el pobre que yace ahí fuera intentando comer algunas sobras de su mesa. El rico usa ropa de lujo, mientras Lázaro esta cubierto de llagas… y se muere de hambre…. Esta escena recuerda el duro reproche del Hijo del Hombre en el Juicio Final: “Tuve hambre y no me distéis de comer, tuve sed y no me distéis de beber, estaba […] desnudo y no me vestisteis”. Lázaro representa el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo donde inmensas riquezas y recursos están en pocas manos”.

Jesús cuenta que un día ese hombre rico murió y entonces rogó a Abraham, llamándole “padre”. Reivindicaba así que era hijo suyo, que pertenecía al pueblo de Dios. Y sin embargo, cuando estaba vivo no había tenido para nada en consideración a Dios, solamente a sí mismo, convirtiéndose en el centro de todo, encerrado en su mundo de lujo y derroche. Excluyendo a Lázaro, no había tenido en cuenta ni al Señor ni su ley. “¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! -afirmó Francisco- Tenemos que aprenderlo muy bien: Ignorar al pobre es despreciar a Dios”,reiteró, explicando que en la parábola hay que advertir un detalle: el rico no tiene nombre, mientras el del pobre, Lázaro, que significa “Dios ayuda”, se repite cinco veces. “Lázaro que yace en el portal es un llamado viviente al rico para que se acuerde de Dios, pero no lo percibe. Por lo tanto será condenado, no por su riqueza, sino por su incapacidad de compadecerse de Lázaro y socorrerlo”.

En la segunda parte de la parábola, nos encontramos con Lázaro y el hombre rico después de su muerte. La situación se ha invertido: a Lázaro los ángeles lo llevan al cielo de Abraham, mientras el rico precipita en sus tormentos. Entonces mira hacia arriba y ve al mendigo en el seno de Abraham. Es como si lo viera por primera vez, pero sus palabras le traicionan. “Padre Abraham – dice – ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y me refresque la lengua, porque me abrasan estas llamas”.

“Ahora el rico reconoce a Lázaro y pide ayuda, mientras que en vida fingía no verlo. ¡Cuántas veces, cuántas, tanta gente hace como si no viera a los pobres! Para ellos los pobres no existen -observó el Pontífice- Antes le negaba incluso las sobras de su mesa y ahora quiere que le lleve de beber. Todavía cree que puede reclamar derechos por su estado anterior. Pero Abraham, afirmando que es imposible satisfacer su petición, nos da la clave de toda la historia: explica que el bien y el mal han sido distribuidos para compensar la injusticia terrenal y la puerta que separaba a los ricos de los pobres en la vida, se ha convertido en “un gran abismo.” Mientras Lázaro estaba en su portal, el rico tenía una posibilidad de salvación: abrir de par en par la puerta, ayudar a Lázaro, pero ahora que ambos están muertos, la situación es irreparable. Dios no es llamado nunca directamente en causa pero la parábola advierte claramente: la misericordia de Dios hacia nosotros está vinculada con nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando ésta falta, tampoco la otra encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar. Si yo no abro la puerta de mi corazón al pobre, esa puerta permanece cerrada también para Dios y es terrible”.

Entonces el hombre rico piensa en sus hermanos, que pueden correr la misma suerte, y pide que Lázaro vuelva al mundo para advertirles. Pero Abraham responde: “Ya tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. “Para convertirnos no debemos esperar acontecimientos prodigiosos, sino abrir el corazón a la Palabra, que nos llama a amar a Dios y al prójimo -subrayó el Papa- La Palabra de Dios puede revivir un corazón endurecido y curarlo de su ceguera. El hombre rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejó entrar en su corazón, no la escuchó, por eso fue incapaz de abrir los ojos y compadecerse del pobre”.

“Ningún mensajero ni ningún mensaje reemplazarán a los pobres que nos encontremos en el camino, porque en ellos nos sale al encuentro Jesús mismo: “Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis”. Así, en el cambio de suerte que la parábola describe se esconde el misterio de nuestra salvación, en que Cristo une la pobreza a la misericordia. Al escuchar este Evangelio, todos nosotros, junto con los pobres de la tierra -terminó el Santo Padre- podemos cantar con María: “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes; A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”.

Fuente. Prensa Vaticano

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