Fed necesita estudiar a los consumidores para comprender el enigma de la inflación

Lo que se necesita no es sólo un análisis económico de las tendencias de los precios, sino un análisis etnográfico de campo.

Esta semana, Janet Yellen experimentó un clásico ritual neoyorquino: ella dio un discurso sobre política monetaria ante el Club Económico de Nueva York, hablando con un tono de solemne tradición. Una audiencia de economistas e inversores siguió atentamente cada una de sus palabras acerca de las tasas de crecimiento y de interés, y llegó a la conclusión de que las indicaciones de la Reserva Federal de EEUU (Fed) estaban volviéndose menos agresivas en relación con los futuros aumentos de las tasas.

Sin embargo, la parte más provocativa del discurso fue durante la cual la presidenta de la Fed admitió estar “desconcertada” ante las expectativas inflacionarias actuales. El banco central de EEUU mantiene una estrecha vigilancia sobre la encuesta de consumidores de la Universidad de Michigan y sobre la fluctuación de los precios en el mercado de Valores del Tesoro Protegidos contra la Inflación (TIPS, por su sigla en inglés). La suposición es que las expectativas de los inversores y los consumidores pudieran autocumplirse; a menos que la Fed los convenza de que los precios subirán a un nivel razonable, y que luego se mantendrán estables, la inflación o la deflación pudiera descontrolarse.

Desde principios de 2014, el nivel de las expectativas inflacionarias expresado en la encuesta de Michigan y en el mercado de TIPS ha disminuido drásticamente. Los resultados de la encuesta implican que las expectativas inflacionarias de los consumidores son de un 2.5 por ciento de inflación dentro de períodos de un año y de cinco años; en 2011 fue del 4.5 por ciento. Afortunadamente, las expectativas no se han desplomado a niveles que parezcan peligrosamente bajos y los resultados de la encuesta de Michigan implican que los consumidores todavía esperan que los precios suban en vez de que bajen.

Sin embargo, la disminución es particularmente inusual dado el hecho de que la economía se ha ido expandiendo y de que la inflación subyacente de precios al consumidor ha aumentado ligeramente. Esta semana, el Departamento de Comercio de EEUU declaró que la inflación doméstica — medida según la tasa subyacente de los gastos de consumo personales, la medida de inflación preferida de la Fed — creció un 1.7 por ciento interanual en febrero, su nivel más alto desde hace tres años. Y los funcionarios de la Fed, como la Sra. Yellen, siguen diciéndole al público que la inflación subyacente se elevará a niveles estables en el futuro.

Entonces, ¿qué explica la caída de las expectativas inflacionarias? Una respuesta pudiera ser que los inversores y los ciudadanos en realidad son más pesimistas acerca de las perspectivas económicas de la Fed, y que han perdido la fe en la capacidad del banco central de elevar los precios usando herramientas de política monetaria extraordinarias.

Una segunda posibilidad es que los datos sobre las expectativas inflacionarias están distorsionados. La Sra. Yellen argumenta, por ejemplo, que “las medidas basadas en el mercado de las expectativas inflacionarias”, como los precios de TIPS, están “impulsadas por la preocupación acerca de una iliquidez”. Esto significa, simple y llanamente, que las negociaciones en los mercados de bonos están tan ‘atascadas’ que están produciendo resultados equivocados.

Otra teoría generalizada es que la reciente caída de los precios del petróleo ha afectado al mercado de TIPS y a la encuesta de Michigan de manera peculiar. Tal y como lo señaló Rick Rieder de BlackRock, la caída de los costos energéticos tiene un impacto desproporcionadamente significativo sobre los hogares de bajos ingresos, y esto pudiera estar distorsionando los resultados de las encuestas en relación con la trayectoria inflacionaria.

Es probable que ambas explicaciones contengan cierta veracidad: los consumidores están más temerosos de la economía que la Fed, y son influenciados por los precios energéticos.

Los cambios tecnológicos también pueden estar cambiando la forma en que los consumidores visualizan los precios. A mediados del siglo XX, los países occidentales presupusieron que los precios de los bienes de consumo aumentarían con el tiempo y que los salarios también aumentarían a lo largo de la vida de las personas. Estas suposiciones ya no son válidas. El costo de los productos con alto valor cultural y estatus, como el iPhone, tiende a disminuir, no a aumentar. Y, a medida que las estructuras de empleo tradicionales colapsan, los consumidores están descubriendo que los salarios también pueden disminuir con la edad. Los consumidores no ven los precios en una línea recta de “inflación” y “deflación” — como los economistas tienden a hacerlo — sino más bien como algo fluido y volátil.

Tal vez éste es el punto crucial: lo que necesitamos no es simplemente un análisis económico de las tendencias de los precios, sino un análisis etnográfico de campo acerca de cómo funciona la percepción del consumidor en relación con los precios. Los bancos centrales escandinavos han analizado el contexto social de las tendencias de los precios, mientras que el año pasado la Fed publicó un intrigante documento sobre “Las actitudes de los consumidores y sus expectativas inflacionarias”. Este documento implicó que los consumidores predicen una inflación más alta cuando las finanzas en sus hogares están bajo presión y cuando leen discusiones de los medios sobre la inflación.

Si la Fed, o cualquier otro banco central, quiere un ejemplo del porqué la investigación etnográfica es importante, sólo tienen que considerar lo ocurrido durante la más reciente burbuja crediticia, cuando a la mayoría de los economistas se les escapó el auge de préstamos hipotecarios de alto riesgo debido a que rechazaron el uso de la investigación de campo.

Los funcionarios de la Fed necesitan entender la vida de los consumidores. O si no contratar a un par de antropólogos para que trabajen con esos desconcertados economistas de oficina.

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