Las crónicas e informaciones periodísticas sobre “niñas” dominicanas que al llegar a la pubertad se masculinizan no cesan de aparecer en los medios locales e internacionales. A las lejanas comunidades de Saladillo y Las Salinas, en Barahona, llegan cada vez con mayor frecuencia las cámaras y los periodistas en busca de la nota que cosquillee el morbo.
Apenas en octubre del pasado año, la BBC de Londres difundió un documental que dio lugar a centenares de noticias publicadas en medios occidentales. Lo produjo Michael Mosley, médico y periodista del prestigioso servicio multimedia británico. En su doble condición profesional, Mosley nutre su nota con datos sobre las presumibles causas genéticas de la particular condición. Pero también la ilustra con fotos de rostros sonrientes de las criaturas afectadas las que, de acuerdo con las leyes dominicanas, está prohibido publicar.
Divulgada por las agencias, la información fue pasto de los más variopintos comentarios. En México, por ejemplo, el tema fue tratado entre risas, referencias equivocadas e ignorancia supina en un programa televisivo conducido por mujeres. Para ellas, y para sus televidentes, en consecuencia, los “güevedoce”, apelativo que encabezó todos los titulares sobre el tema, son solo conocidos en la República Dominicana, “donde no hay mezcla de razas”.
Lo cierto es que si Las Salinas y Saladillo han concitado la atención de la comunidad científica es porque congregan el mayor número de casos de varones con esta alteración, no porque sea el único. En países como Turquía y Nueva Guinea también han sido detectados, aunque sin la relevancia numérica dominicana.
Tratados por lo general como atracciones de feria, los varones con esta condición –púberes y adultos— son protagonistas de un drama humano de dimensiones insospechadas. Dejados de la mano de las autoridades de Salud, apuran sin ayuda su amargo trago.
El doctor Elbi Morla, endocrinólogo pediátrico, ofrece la primera clave del problema. La población de la región sur, con su secular pobreza, se caracteriza por la frecuencia de alteraciones genéticas y hereditarias. Una de ellas es la ausencia de la enzima 5 alfa reductasa, responsable de definir los órganos sexuales masculinos externos. Las uniones consanguíneas explicarían esta malhadada privación. De ambos progenitores portadores, el 25 % de la descendencia, en promedio, nacerá con lo que la ciencia médica denomina actualmente “trastornos de la diferenciación sexual” y que antes se conoció como genitales ambiguos.
“Genéticamente son varones, pero cuando nacen –dice Morla— tienen genitales que en apariencia son femeninos. Mas si se observa detenidamente uno se da cuenta de que no, porque tienen un clítoris más grande que lo normal y el orificio por donde se orina está en la base; también hay una abertura que parecería una vagina, pero que no lo es”. Tampoco son hermafroditas, y ni siquiera pseudohermafroditas, como se ha llegado a decir. Para serlo, tendrían que tener ovarios y testículos, que no es el caso.
Con esta opinión coincide el doctor Henry Sansary, médico familiar que presta sus servicios en el Hospital Regional Universitario Jaime Mota, de Barahona. Se queja, de paso, del enfoque poco profesional que la prensa ha dado al problema, demasiado sensacionalista para su gusto.
Cuántos son o han sido los casos de este tipo no es determinable. Nadie lleva estadísticas. Nadie registra nada. Para dificultar aún más la tarea de determinar la prevalencia, no obstante la publicidad recibida, o tal vez por ello, las familias se empeñan en garantizar que la condición del niño no se divulgue. Sansary utiliza una vieja frase para explicar la reticencia: “pueblo pequeño, infierno grande”. Lo mejor es optar por el silencio.