Esta vez, la palabra “histórica” no es una hipérbole. La visita de Barack Obama a la Habana, la cual comenzó el domingo, es el primer viaje de un presidente estadounidense en ejercicio a Cuba en más de 88 años. Más importante aún, el propósito de la visita es consolidar su política de acercamiento y compromiso con la isla, la cual comenzó hace 15 meses. Al revertir más de medio siglo de tácticas abusivas, también se refuerza la posición estadounidense en la región.
Mediante órdenes ejecutivas, el Sr. Obama ha debilitado el embargo, a pesar de que solamente el Congreso puede levantarlo completamente. EEUU ha eliminado a Cuba de su lista de estados patrocinadores del terrorismo. Se han reanudado los vuelos comerciales; se permiten hasta 110 al día. Se han levantado las restricciones de viaje a los visitantes estadounidenses.
Esta semana, entre otras medidas, se despenalizó el uso del dólar, lo cual elimina la necesidad de que Cuba realice complejas operaciones monetarias a través de terceros, facilitando así las actividades comerciales. En la medida en que esto ayude también a los cubanos comunes a ganarse la vida de maneras que no dependan del estado, será bienvenido.
Pero lo que es más dramático aún, el “cambio de régimen” ya no es un objetivo. El futuro de la isla, como ha indicado el Sr. Obama, deben decidirlo los cubanos. Esto también ofrece el único paralelo plausible entre los viajes del Sr. Obama y de Calvin Coolidge en 1928. El Sr. Coolidge trató de sacar a EEUU de los asuntos de la isla sobre la base de que si los cubanos quieren crearse dificultades para sí mismos, ¿no era más justo permitírselos?
Sin embargo, la visita de Obama se trata principalmente de restablecer los lazos y recuperar el apalancamiento con un viejo enemigo de la guerra fría con el que EEUU tiene pocos lazos y aún menos apalancamiento. Es una pieza clave en el enfoque más amplio de EEUU hacia la región. Mientras que en el Medio Oriente y la cuenca mediterránea es un desastre, la política exterior estadounidense hacia América Latina y el Caribe está prácticamente floreciendo.
Hace aproximadamente treinta años, la mayor parte de América Latina — desde las luchas civiles en América Central hasta las guerras por las drogas en Colombia — parecía ser una sucesión de situaciones difíciles. Ya no es así.
Las guerrillas marxistas de Colombia, tácitamente alentadas por La Habana, están a punto de abandonar las armas. El acercamiento a Cuba también debilita la retórica del gobierno rabioso de Venezuela, el cual ya no puede despotricar convincentemente contra el imperialismo.
Mientras tanto, las fuerzas de la gravedad económica están afectando a otros países mal administrados de la región. El gobierno brasileño, dividido por la corrupción, está a punto de colapsar. El recién electo presidente de Argentina, Mauricio Macri, un centrista proempresarial, ha dicho que quiere volver a colaborar con EEUU. El Sr. Obama viajará allí el martes. Otro viaje histórico, pues será la primera visita bilateral EEUU-Argentina en casi 20 años.
Todo esto en cuanto a los intereses estadounidenses. ¿Pero qué hay con los de Cuba? Los críticos se quejan de que el Sr. Obama le ha dado más a La Habana de lo que La Habana le ha dado. Quizás sea así. Pero las pequeñas negociaciones con los líderes comunistas cubanos nunca han producido nada. De todos modos, actuar de forma unilateral centra la atención en Cuba y elimina sus excusas tradicionales para la intransigencia y los abusos de los derechos humanos. El Sr. Obama debe hacer hincapié en esas preocupaciones, al igual que otros deberían hacerlo también.
El cambio está llegando a Cuba. La desaparición de sus líderes revolucionarios originales lo hace inevitable. Cuando el Air Force One deje La Habana, 11 millones de personas volverán a las aburridas, aunque lentamente cambiantes, rutinas de la planificación centralizada y a un estado policial.
Pero aunque se requiera la paciencia de Job, sus vidas tienen ahora una mejor oportunidad de mejorar también.
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