La “maldición de los rascacielos” ¿presagia una crisis en China?

La autopista que conduce al lugar de nacimiento de Mao Zedong en China central está flanqueada por multitudes de torres de apartamentos vacías o a medio construir. En tu recorrido para ir a rendir homenaje a “el Gran Timonel” puedes visitar el lugar donde, hace menos de tres años, un ambicioso multimillonario local aterrizó en su helicóptero privado en medio de gran fanfarria para comenzar la construcción de lo que estaba destinado a ser el edificio más alto del mundo: el rascacielos Sky City, de 838 metros. Actualmente los cimientos excavados yacen sumergidos en un estanque de piscicultura improvisado.

Los economistas han reflexionado durante mucho tiempo acerca de la llamada “maldición de los rascacielos”: la extraña correlación entre la construcción del edificio más alto del mundo y un colapso financiero que la acompaña. La construcción del Empire State Building (Nueva York) se inició en 1930; la de la Torre Sears (Chicago) se inició en 1970; las Torres Petronas (Kuala Lumpur) se completaron en 1996; y el Burj Khalifa (Dubai) se completó en 2009. Desde finales de los “felices años veinte” en EEUU hasta la explosión crediticia en las arenas del Golfo, cada uno de los edificios “más altos del mundo” predijeron o coincidieron con una crisis; cada uno siendo una evidente señal de que la exuberancia irracional puede manifestarse en forma física.

Hoy en día, algunos analistas describen el mercado inmobiliario chino como el sector más importante en la economía mundial, y también como el mayor factor de riesgo. Esto es menos fantástico de lo que parece si tomamos en cuenta que en dos años — 2011 y 2012 — China produjo más cemento que el que produjo EEUU durante todo el siglo XX.

Debido a esto, el destino de todo — desde el de las instituciones financieras de Hong Kong al de los fabricantes de automóviles alemanes y al de los mineros australianos — se encuentra actualmente en manos de los compradores de viviendas en lugares como Changsha, la ciudad donde se suponía que iba a construirse el Sky City.

Durante los últimos años, las autoridades locales han alentado el exceso de construcción, ya que ellos reciben una gran parte de sus ingresos de la venta de terrenos. Los resultados son evidentes a lo largo y ancho de China: desde ciudades fantasmas que se asoman entre las congeladas llanuras de Manchuria o en la periferia de Lhasa, donde los nómadas tibetanos pastan los yaks en los patios de lujosas casas vacías.

La economía de China es extraordinariamente dependiente de la inversión, la cual representa casi la mitad del producto interno bruto (PIB) del país. Sin embargo, la desaceleración de inversión en el sector inmobiliario de China durante los últimos dos años ha contribuido a una caída de los precios mundiales de las materias primas y a la disminución del crecimiento en los países exportadores de materias primas, tales como Australia, Brasil, Sudáfrica e Indonesia.

El auge de la construcción de los últimos años ha dado lugar a un enorme exceso de inventario, pero es imposible estimar la verdadera escala porque los desarrolladores y los gobiernos locales reciben incentivos por subreportar el problema. A pesar de una desaceleración en 2015, la inversión inmobiliaria en China aumentó en un 1 por ciento, aunque los precios promedio de las viviendas cayeron en las 70 ciudades más grandes.

De manera similar, las importaciones chinas de materias primas en términos de volumen aumentaron el año pasado, conforme las caídas de los precios causaron una gran contracción de las importaciones en términos de valor.

En otras palabras, la economía de China se ha ralentizado en un par de puntos porcentuales, y los precios de las materias primas a nivel mundial se han desplomado, incluso antes de que comenzara cualquier corrección seria en el sector inmobiliario del país. Un descenso total de la inversión en bienes raíces, lo que sin duda ha de venir, también acarreará profundas implicaciones para el tambaleante y endeudado sistema financiero chino. Los analistas estiman que más del 60 por ciento de los préstamos bancarios chinos están directa o indirectamente ligados al sector inmobiliario.

Con una relación deuda-PIB que es más alta que la de EEUU y que la de Alemania, serios problemas en el sector inmobiliario chino repercutirían significativamente alrededor del mundo, y harían que los recientes efectos producidos por la baja de los mercados de divisas y de acciones chinos parecieran una tormenta de menor importancia.

En lugares como Changsha, los gobiernos locales han comenzado a reconocer que muchos de los mal construidos y costosos apartamentos no se venderán nunca. Pero su respuesta es alarmante desde el punto de vista de la economía en general.

De acuerdo con funcionarios de varias ciudades chinas, su solución es empezar a construir en ubicaciones completamente diferentes y ofrecer terrenos a desarrolladores inmobiliarios de “mejor calidad” a precios reducidos. La esperanza es que los desarrolladores abandonen las propiedades vacías existentes y construyan apartamentos de mejor calidad que se pueden vender a los consumidores con grandes descuentos debido a los costos inferiores de los terrenos.

En la retorcida estructura de incentivos de la burocracia china, esto es racional porque ocasionaría un nuevo flujo de financiación; resucitaría las ganancias producidas por los terrenos; y aumentaría el PIB. Pero si esa manera de pensar prevalece, puede que simplemente el haber comenzado la construcción del Sky City haya sido suficiente para que la “maldición de los rascacielos” se cierna sobre China.

Jamil Anderlini (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved

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