Desde que Edward Snowden reveló el grado de vigilancia masiva de las comunicaciones privadas por parte de los organismos de inteligencia de EEUU y el Reino Unido, los grupos de tecnología y los gobiernos han tenido relaciones cada vez más problemáticas.
Los servicios de seguridad estadounidenses y británicos insisten en que deben mantener el derecho a penetrar las redes seguras para combatir la creciente amenaza del terrorismo yihadista. Las compañías estadounidenses de tecnología argumentan que debe permitírseles proteger la privacidad del cliente. Ahora el FBI ha agravado este enfrentamiento con una orden judicial que le exige a Apple que ayude a desbloquear un iPhone utilizado por uno de los autores del fatal tiroteo ocurrido en San Bernardino el pasado mes de diciembre.
Tim Cook, presidente ejecutivo de Apple, ha decidido impugnar la orden, expresando la fuerte objeción de su compañía a un “escalofriante” ejemplo de “extralimitación por parte del gobierno estadounidense”. Después de las revelaciones de Snowden, Apple, al igual que otras compañías de tecnología, tiene derecho a considerar cuidadosamente dicha solicitud. Pero la resistencia categórica del Sr. Cook en este caso específico es un grave error de juicio.
Los asesinatos de San Bernardino se produjeron en el estado de California, estado de origen de Apple. Catorce personas murieron y 22 resultaron heridas. Los autores, Syed Rizwan Farook, y su esposa, Tashfeen Malik, murieron más tarde en un tiroteo contra la policía. El FBI está intentando obtener acceso a los contenidos del iPhone de Farook. Apple muestra como una virtud comercial el hecho de que la propia compañía no tiene acceso a los datos en los iPhone, pero un tribunal le ha ordenado crear un software que le permitiría al FBI eludir ciertas medidas de seguridad, mediante el uso de un identificador suministrado por Apple específicamente para el dispositivo de Farook.
El Sr. Cook argumenta que estas medidas “sin lugar a dudas crearían una puerta trasera” para todos los iPhone. Si el FBI estuviera intentando lograr el acceso general a los datos privados de todos los iPhone, entonces eso sí sería una preocupación legítima. El FBI no está pidiendo semejante cosa. Quiere descifrar este teléfono en particular. Cualquier uso posterior del software requeriría una orden judicial independiente, una salvaguardia fundamental.
El mensaje del Sr. Cook a los clientes implica otra preocupación: que conceder acceso a este iPhone sentará un precedente para que otros gobiernos presenten demandas similares. Es cierto que a Apple le sería más difícil resistirse a órdenes para ayudar a las autoridades de jurisdicciones menos cordiales; y es posible imaginar a fiscales en, digamos, China o el Medio Oriente exigiendo el acceso a los dispositivos de disidentes o personas problemáticas. Aun así, es igualmente posible imaginar situaciones, como una investigación de asesinato, en las que Apple podría y debería cooperar con cualquier autoridad ministerial.
El caso del FBI es fuerte. De hecho, no podría ser más fuerte. No se trata de una vaga expedición de pesca. Quiere investigar un acto terrorista realizado por ciudadanos estadounidenses, contra ciudadanos estadounidenses, en suelo estadounidense.
La firme respuesta inicial del Sr. Cook a la orden judicial ha obtenido el apoyo de otras compañías de tecnología, como Google y WhatsApp, y la aceptación de defensores de la privacidad, incluyendo el propio Sr. Snowden. Escribió en un mensaje de Twitter que era “el caso de tecnología más importante en una década”. Pero al presidente ejecutivo de Apple se le ha ido la mano. Debe retroceder y, sujeto a salvaguardias específicas, permitir el acceso del FBI a este dispositivo.
Hay un punto más amplio. El Sr. Cook puede decir que está actuando para proteger la privacidad de todos los usuarios de iPhone. Pero Apple y otras compañías estadounidenses de tecnología a veces dan la impresión de que están por encima de las jurisdicciones nacionales, sobre todo en asuntos fiscales y regulatorios. El caso de San Bernardino debe unir pensamientos. Apple y otros tienen que darse cuenta de que, por muy poderosos que sean, y por muy populares que sean sus productos, no viven en un universo moral creado por ellos mismos.
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