MÉXICO. Joaquín “El Chapo” Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, prófugo legendario y el capo más poderoso y escurridizo de México, fue recapturado después de haber protagonizado su segunda fuga espectacular de una cárcel mexicana de máxima seguridad.
La nueva captura de Guzmán, de 58 años, es una victoria inesperada para el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, después de la gran humillación que supuso su fuga de prisión en el 11 de julio de 2015, algo que el propio mandatario había dicho meses antes que sería imperdonable.
Guzmán, apodado “El Chapo” por su baja estatura, ha pasado más tiempo prófugo que en la cárcel. Distintos rumores le situaban por temporadas desde Argentina hasta Guatemala, pero siempre estuvo fuertemente ligado a su Sinaloa natal, donde fue recapturado el viernes.
Antes de su primera detención en Guatemala en junio de 1993, cuando fue condenado a 20 años de cárcel, Guzmán era un narcotraficante de poca monta. Y si su primera huida de un penal de máxima seguridad en 2001, supuestamente oculto en un carrito de lavandería, multiplicó su popularidad, su leyenda quedó consagrada cuando, 14 años después, se escapó de otra cárcel similar de forma todavía más espectacular: por un sofisticado túnel de 1,5 km de largo que conectaba la ducha de su celda con una casa de seguridad y que fue construido sin que nadie lo detectara.
En ese momento, julio de 2015, había pasado menos de año y medio en prisión y Guzmán, el hombre cuya captura había supuesto el mayor éxito del gobierno de Peña Nieto, se convertía en protagonista en su más estrepitosa humillación, máxime porque el ejecutivo del Partido Revolucionario Institucional se había jactado de que nunca le pasaría lo mismo que a gobiernos anteriores y se mostró claramente en contra de aceptar una extradición a Estados Unidos, que lo requiere por numerosos delitos.
En ambas fugas quedó patente la complicidad de autoridades, pero nunca se llegó a atribuir responsabilidades al máximo nivel. Sin embargo, si la huida de 2001 alimentó durante años los rumores de que los gobiernos del Partido de Acción Nacional (2000-2006 y 2006-2012) quisieron beneficiar al cártel de Sinaloa mientras se enfocaban en derrotar al resto de grupos delincuenciales, con la segunda fuga se demostró que el capo mantenía intocable su poder y que México no había conseguido ganar la batalla a la corrupción y la impunidad.
En la primera década del siglo y ya prófugo, Guzmán pasó de ser un delincuente de medio pelo, nacido de una familia pobre de las montañas de la Sierra Madre Occidental —epicentro de la producción de drogas durante décadas— a convertirse en el capo de las drogas más poderoso del planeta.
En esa época, el Cártel de Sinaloa se volvió más sangriento y poderoso, al controlar gran parte de las rentables rutas de tráfico de drogas a lo largo de la frontera con Estados Unidos e incluyendo ciudades estratégicas como Tijuana y Ciudad Juárez.
La lucha por el territorio contra otros cárteles causó baños de sangre en Tijuana e hizo de Juárez una de las ciudades más peligrosas del mundo en 2010. Por esas fechas, la mayor redada de la policía fue una carga de 134 toneladas de marihuana relacionada con la organización de “El Chapo”, además de un laboratorio gigante de metanfetaminas en el oeste de México y cientos de toneladas de precursores químicos incautados en México y en Guatemala.
Los tentáculos de su cártel, una verdadera multinacional de las drogas, se extendieron desde Argentina hasta Australia gracias a un sofisticado sistema de distribución internacional de cocaína y metanfetaminas y su participación en una veintena de delitos diferentes pero aunque estaba buscado por la policía de México, Estados Unidos y muchos otros países, siempre consiguió evadir la justicia.
Guzmán mantuvo el liderazgo del grupo pese a que su cabeza tenía precio — ofrecían una recompensa de 7 millones de dólares por su captura— y acumuló una fortuna superior a los 1.000 millones de dólares, de acuerdo con la revista Forbes, que lo incluyó desde 2009 en su lista de las “Personas más Poderosas del Mundo”, por delante de los presidentes de Francia y Venezuela.
Un proceso federal estadounidense dado a conocer en San Diego en 1995 acusaba a Guzmán y 22 integrantes de su organización de asociación delictuosa para importar más de ocho toneladas de cocaína y de lavado de dinero. Ya entonces se emitió una orden provisional de arresto tras la formulación de los cargos, de acuerdo con el Departamento de Estado norteamericano.
Además, jurados de instrucción en por lo menos siete tribunales federales de distrito de Estados Unidos, entre ellos Chicago —quien lo nombró “Enemigo Público Número 1”_, Nueva York y Texas, tenían abiertos procesos contra Guzmán en 2014 por cargos que iban desde el contrabando de cocaína hasta la participación en organizaciones criminales dedicadas al asesinato y otros delitos graves.
La vida criminal de Guzmán comenzó en los años 80 el seno del cartel de Guadalajara, dirigido por el mexicano Miguel Angel Gallardo, y en el que ascendió rápidamente gracias a sus dotes como empresario inescrupuloso y hábil negociador que estableció contactos vitales con políticos y policías para asegurarse de que sus cargamentos circularan sin problemas.
Cuando Gallardo fue arrestado en 1989, la organización se dividió y Guzmán asumió el control de las operaciones de Sinaloa.
Bajo su mando, el cártel se apoderó violentamente de rutas rentables de sus rivales y excavó túneles debajo de la frontera estadounidense para filtrar sus cargamentos.
En 1993, pistoleros vinculados al cartel de los Arellano Félix en Tijuana intentaron asesinar a Guzmán en el aeropuerto de Guadalajara, pero en cambio mataron al cardenal Juan Jesús Posada Ocampo, lo que supuso un gran escándalo para todos los mexicanos. La policía arrestó a “El Chapo” semanas después.
Protagonista de innumerables corridos — la música norteña tradicional mexicana que suele ensalzar las hazañas de narcos y criminales— se dice que “El Chapo” habría disfrutado de la protección de todo tipo de personas, desde humildes pobladores en los escarpados cerros de Sinaloa a las más altas autoridades, pasando por un sinfín de empresarios y políticos.
Su leyenda superó la del colombiano Pablo Escobar, que fue acribillado por la policía en 1993 después de sembrar el terror en su país durante una década, y estaba alimentada por constantes rumores como el que contaba que cuando llegaba a un restaurante se confiscaban los celulares de todos los comensales para que el capo pudiera almorzar sin temor a una emboscada.
Más de 100.000 personas han muerto en México debido a la guerra contra las drogas desde que el ex presidente Felipe Calderón desplegó a miles de soldados en los lugares más “calientes” en diciembre de 2006. Muchos dicen que durante su presidencia la guerra contra los cárteles y el arresto de capos en realidad alimentó el crecimiento de Sinaloa y su principal rival, Los Zetas.
La estrategia de su sucesor, teóricamente más discreta, pero que mantuvo a las fuerzas armadas en las calles, no ha conllevado una disminución de la violencia sino solo la fragmentación de las grandes organizaciones criminales en grupos delincuenciales más pequeños pero igual de peligrosos que siguen luchando entre sí y regando muchas zonas de México de cadáveres, desaparecidos o fosas clandestinas.
Aunque su nueva captura tiene importancia simbólica, muchos, incluidos sus principales socios en el cártel, como Ismael “El Mayo” Zambada, sostienen que eso no pondrá fin a la violencia ni el flujo de drogas a Estados Unidos vía México.
“En lo que respecta a los capos, encarcelados, muertos o extraditados, sus reemplazos están listos”, dijo Zambada en una entrevista publicada en la revista Proceso en abril del 2010.