El dilema de la deuda brasileña

Con apenas días para que termine el 2015, los analistas en Brasil siguen ajustando sus previsiones para la economía del país para este año y el próximo. Hay pocas señales de alegría festiva.

El promedio de alrededor de 100 predicciones en la última encuesta semanal del banco central de los economistas de mercado tiene a la economía contrayéndose 3.7 por ciento este año y 2.8 por ciento en 2016, las últimas rondas de revisiones a la baja.

A pesar de la profunda recesión del país — ahora muchos analistas prefieren la palabra “depresión” — las expectativas de inflación han incrementado. Los precios al consumidor vieron un aumento del 10.7 por ciento este año y 6.87 por ciento para 2016, muy por encima del objetivo del gobierno de 4.5 por ciento e incluso superior a su tope máximo de 6.5 por ciento.

No obstante, los funcionarios tal vez miren a estas predicciones con anhelo. Dos acontecimientos de los últimos días han empeorado drásticamente las perspectivas para Brasil: su degrado a chatarra por Fitch Ratings el 16 de diciembre, y la sustitución de su ministro de Finanzas, dos días después.

Con la política fiscal en peligro y la política en el caos, todas las esperanzas de la formulación de políticas coherentes ahora dependen del banco central. El banco elevó su tasa de interés, el SELIC, en julio a 14.25 por ciento anual. Dejó la tasa sin cambios en su última reunión en noviembre, pero alteró el lenguaje de las actas de esa reunión para sugerir que podría elevarse de nuevo en enero, tal vez al 14.5 por ciento.

Nada podría ser menos aceptable, con la economía en pedazos y el sector formal laboral eliminando empleos a un ritmo de 150,000 al mes. El cambio de ministro de economía significa que la presión se redoblará para que el banco no eleve las tasas.

Sin embargo, incluso sin esas presiones, el banco central está en un aprieto. El aumento de las tasas también aumentaría los costos de endeudamiento del gobierno. No aumentarlas, y dejar que la divisa se devalúe aun más, ocasionaría lo mismo.

Alberto Ramos, jefe de investigación de América Latina de Goldman Sachs, dice que el costo del servicio de la deuda pública es más del 20 por ciento del PIB. Esto incluye la deuda vinculada a la tasa SELIC, a la inflación y al tipo de cambio, y a los costos asociados con los “swaps” de divisas que el banco central ha utilizado para intervenir en los mercados de divisas.

Ésta es la razón por la que Fitch y otros — incluyendo Standard & Poors’s, que redujo Brasil a chatarra en septiembre — están tan preocupados.

No es que haya dudas sobre la capacidad del gobierno para pagar sus deudas soberanas en moneda extranjera, el enfoque habitual de las agencias de calificación. La deuda externa del gobierno central equivale a sólo el 2.4 por ciento del PIB.

Pero la deuda pública bruta es mucho mayor, el 66 por ciento del PIB y en aumento, de acuerdo con el banco central. Los gobiernos anteriores buscaron mantener la relación de la deuda con el PIB en una trayectoria a la baja. Bajo Dilma Rousseff — en la presidencia desde enero de 2011 — esa trayectoria se ha invertido.

Pero el problema no termina ahí. La deuda corporativa, también, ha aumentado fuertemente en la última década.

El hecho de que haya caído recientemente en términos de dólares nos dice dos cosas: las corporaciones han perdido la voluntad o la capacidad de pedir prestado, o ambas cosas; y el valor en dólares de la deuda corporativa, la mayoría de las cuales es en moneda local, ha caído junto con el real.

El hecho de que la mayor parte de la deuda corporativa está denominada en reales significa que la mayoría de los prestatarios no están atrapados en un descalce de divisas con la subida del servicio de la deuda y la caída de los ingresos (aunque algunas lo están).

Pero esto no es motivo para la complacencia. Gran parte de la deuda corporativa de Brasil es debida por empresas estatales como Petrobras, la compañía petrolera en crisis, y por otras que recurrirían al erario público en una crisis.

Esto multiplica la carga del gobierno: la deuda corporativa es igual a aproximadamente otro 63 por ciento del PIB.

“El panorama actual de la deuda está en un camino insostenible”, dice el Sr. Ramos. La única manera de abordarlo, dice, sería un ajuste fiscal profundo. “Más que paquetes a corto plazo, las autoridades tienen que aprobar profundas reformas estructurales”, dice.

¿Insostenible? Durante mucho tiempo, Brasil ha podido confiar en que sus muy altas tasas de interés eran suficiente para satisfacer a los inversores, incluso si sus ingresos estaban siendo devorados por la inflación o el tipo de cambio. Pero el Sr. Ramos y otros analistas advierten que los inversionistas están nerviosos y que están comenzando a sacar su dinero del país.

¿Y las posibilidades de “una profunda reforma estructural”? Joaquim Levy, el ministro de finanzas que fue destituido la semana pasada, fue probablemente la última esperanza para que éstas sucedieran. Su reemplazo, Nelson Barbosa, a pesar de todos sus intentos de garantías para los inversores, fue el artífice de la “Nueva Matriz Económica” de la Sra. Rousseff que hizo tanto daño durante sus primeros cuatro años en el cargo. Es difícil ser optimista sobre el año nuevo.

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