Estados Unidos .- El 2 de diciembre partirá hacia el espacio una de las misiones más ambiciosas en la historia de la ESA; LISA Pathfinder. O quizás deberíamos decir que es la misión que allanará el camino para uno de los proyectos más ambiciosos lanzados nunca al espacio.
Ese proyecto se llama LISA y pretende demostrar la existencia de las ondas gravitatorias, oscilaciones en el tejido del espacio-tiempo predichas por la teoría de la relatividad general de Albert Einstein. Son la expresión más directa de la acción de la gravedad de un cuerpo con masa en el Universo, pero todavía se mantienen en el terreno teórico. Los diferentes esfuerzos por encontrar evidencias de su existencia no han arrojado resultados concluyentes.
LISA debería ser capaz de detectar dichas evidencias, pero antes de que pueda hacerse realidad, es necesario enviar una misión de prueba de tecnología que compruebe que el método elegido para “cazar” ondas gravitatorias es el adecuado. Esa misión es LISA Pathfinder, que un cohete Vega lanzará el espacio desde el puerto espacial de Kourou, el próximo 2 de diciembre.
El satélite es una versión en miniatura, relativamente hablando, de lo que podría ser LISA, u otra misión futura de detección de ondas gravitatorias. En su interior incluye dos cubos de una aleación de oro y platino de 46 mm., suspendidos cada uno en su propio conteneder de vacío y separados por 38 cm. Entre ellos se encuentra un interferómetro en un banco óptico de 20 x 20 cm.
Está formado por 22 espejos y difractores de rayos que dirigen dos rayos láser a través del banco. Uno de esos rayos se refleja en las dos masas en caída libre, mientras el otro sólo se desplaza por el banco óptico. Comparando la distancia de los distintos recorridos de ambos haces se pueden monitorizar con precisión los cambios en la orientación y la separación entre las dos masas de prueba.
LISA Pathfinder será lanzada al punto de Lagrange L1, a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, describiendo una órbita Lissajous a su alrededor, y durante los nueve meses que durará su fase operacional se encargará de demostrar que es posible monitorizar dos masas independientes mientras están en caída libre a través del espacio, y que éstas pueden mantenerse más estables que el cambio esperado cuando atraviesen una onda gravitatoria, que sería bastante menor que el tamaño de un átomo. Como vemos, la misión se mueve en unos márgenes muy precisos. Y muy pequeños.
Muchas de las predicciones de la teoría de la relatividad de Einstein se han ido probando mediante distintos experimentos con el paso del tiempo. Ya en 1919 se aprovechó el eclipse total del 29 de mayo para demostrar que la gravedad del Sol curvaba la luz de las estrellas que se encontraban detrás de él. Pero las ondas gravitatorias se han resistido a esa comprobación experimental.
Fuente: NCYT