Es más exacto llamarlo pánico que complot. Esta semana pasé tiempo en compañía de miembros del partido de Angela Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Sorprendentemente para un extraño, las conversaciones se tornaron hacia si la canciller alemana sobreviviría a la crisis de los refugiados. Algunos sostuvieron que tiene sólo unas semanas para cambiar las cosas, sin importar que el día anterior estaba por encima de cualquier otro líder europeo. De la noche a la mañana, lo impensable se ha convertido en lo verosímil; para algunos en su partido, lo probable.
Otras voces dicen que la fiebre va a disminuir, pero la vulnerabilidad de la Sra. Merkel responde a las convulsiones en toda Europa causadas por la marea de refugiados de Siria, Irak, Afganistán y los países del Magreb y del Sahel de África. En el este, el área post-comunista del continente, la afluencia ha fortalecido a los nacionalistas étnicos que nunca se adscribieron a la idea de la democracia liberal. En el oeste ha reforzado las fortunas de los nativistas como la Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia. Los mítines del partido de ultra-derecha alemán, Pegida, ahora cuentan con altavoces que lamentan la pérdida de los campos de concentración. Si el británico David Cameron pierde el referéndum para mantener a Gran Bretaña en la UE, será porque las emociones contra la migración son mayores al propio interés económico.
La Sra. Merkel rara vez ha sido llamada una política de convicción. Su longevidad en el cargo ha residido en su habilidad para encontrar el punto de equilibrio natural en el estado de ánimo nacional alemán; y, hay que decir, su crueldad al enfrentar a sus posibles rivales. Los adjetivos que a menudo se utilizan para calificar su estilo de liderazgo — a veces con más de una nota de frustración — la describen como cautelosa, deliberativa y consensual.
“Mutti” (mamá) Merkel, como se la llama a menudo, ha tenido éxito al asegurar a sus compatriotas que albergará a Alemania de los incendios que arrasan más allá de sus fronteras. Ellos no necesitan preocuparse por los detalles de la política. Los alemanes pueden estar seguros de que va a ser firme pero tranquila ante el ruso Vladimir Putin y, a pesar de estar comprometida con el futuro del euro, será una cautelosa guardiana de las finanzas de la nación. Durante una década, los alemanes han confiado en ella.
Ha mostrado las mismas habilidades en Europa. Los que la han visto en las cumbres de líderes de la UE se han maravillado ante su búsqueda de consenso informal. Una conversación de pasillo con este primer ministro, un acuerdo sellado con una taza de café con aquel presidente, una amistosa palmadita en el hombro para los funcionarios que buscan un terreno común. La Sra. Merkel siempre ha presionado el interés alemán, pero buscando compromisos antes que confrontaciones.
La crisis de los refugiados ha mostrado otra cara de la Sra. Merkel: una líder dispuesta a hablar y actuar de acuerdo a sus convicciones, fuera de la acolchada zona de confort de sus grupos focales y encuestas de opinión. Su decisión de recibir a los cientos de miles que hacen su camino a través de los Balcanes tiene más sentido del que sus oponentes eluden. ¿Podría Alemania realmente construir cercas protegidas por soldados? ¿O fletar trenes para enviarlos de nuevo a un Oriente Medio en llamas? Sus acciones tuvieron tanto corazón como cabeza.
Razonable, dicen mis amigos de la CDU. Y, sí, su bienvenida a los refugiados inicialmente fue aprobada por el estado de ánimo nacional. Pero la enorme cantidad — Alemania espera la llegada de más de un millón este año — ha cambiado el cálculo. Ciudades y pueblos se han visto abrumados por la afluencia. Y, en lo que es una herida potencialmente fatal para la canciller, hay una percepción de que ha perdido el control sobre la situación.
Los políticos nunca dejan de mirar sus índices de popularidad y los de la CDU han caído fuertemente. No hay candidato obvio para reemplazarla; sin embargo, Wolfgang Schäuble, el ministro de Hacienda, sería un recurso provisional probable hasta que se elija a un candidato para la elección de 2017.
Pero ahora en un tema ampliamente visto como uno de identidad cultural, ¿Merkel ha perdido el control? Me parece que la respuesta es no, pero cuando los políticos caen en pánico, todo es posible. Vi la defenestración de Margaret Thatcher por su propio partido, otra poderosa líder que parecía invencible hasta el momento de su caída. También ella había ganado tres victorias electorales. Aunque era profundamente impopular en 1990, hasta que sucedió, parecía impensable que sus colegas se volcaran contra ella con tal ferocidad.
Los riesgos, sin embargo, son mucho más altos para la Sra. Merkel. La crisis financiera, la crisis del euro y el colapso del acuerdo de Schengen de fronteras abiertas han visto a Europa desentrañarse y los partidos centristas de todo el continente han tenido problemas para afrontar el reto de los populistas. La Sra. Merkel ha sido la roca de la certeza, la líder con la autoridad para mantener todo por buen camino. Sin ella las fracturas se multiplicarían.
El Sr. Schäuble, también es pro-europeo, y, en algunos aspectos, un integracionista más comprometido. Pero la Sra. Merkel ha sido la guardiana del acuerdo post-1989 que ha arraigado Alemania en su europeidad. Su caída traería un cambio hacia políticas más estrechamente calculadas, más de interés inmediato, renunciando al ideal de una Alemania europea. Y eso sería el principio del fin.
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