Recientemente hemos celebrado los progresos realizados en el proceso de paz en Colombia. El acuerdo alcanzado en temas de justicia representa la señal más clara hasta la fecha de un posible fin a cinco decenios de conflicto. Se habla menos, en cambio, de las muchas formas constructivas en que las mujeres colombianas han participado en, e influenciado, estas negociaciones o se han movilizado a favor de la paz, incluidas las muchas reuniones realizadas por mujeres sobrevivientes con las mujeres de ambos equipos negociadores.
De mismo modo, pocas personas saben que el año pasado también fue el final de otro conflicto que duró décadas en Filipinas entre el Gobierno y el Frente Moro de Liberación Islámica. En esas negociaciones de paz, más de la tercera parte de las personas encargadas de las negociaciones fueron mujeres. Ello representa mucho más de lo habitual en las negociaciones oficiales que en general o bien son asunto de hombres solamente o involucran a muy pocas mujeres. Su participación se apoyó en una larga historia de liderazgo de las mujeres a nivel local y nacional en Filipinas, que incluye las acciones de dos presidentas, quienes invirtieron capital político en la reanudación de las negociaciones con el grupo rebelde.
Mientras las tensiones ponen en riesgo la frágil situación de paz en Burundi, las mujeres de ese país se organizaron rápidamente en una red nacional de mediadoras para sofocar o mitigar la infinidad de conflictos locales y evitar su intensificación. En 129 municipios de todo el país, se calcula que abordaron unos 3,000 conflictos locales en 2015, incluida la mediación entre fuerzas de seguridad y manifestantes, la lucha por la liberación de manifestantes y presas/os políticos, la promoción de la no violencia y el diálogo entre las comunidades divididas, así como su trabajo para hacer frente a los rumores y los temores exagerados con información comprobable a fin de evitar el pánico generalizado. ONU Mujeres ha tenido el honor de apoyar estos esfuerzos.
No se trata de historias aisladas. Un estudio exhaustivo preparado para el 15º aniversario de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad –una resolución histórica que reconoció el papel de la igualdad de género y el liderazgo de las mujeres en la paz y la seguridad internacionales– presenta los mejores argumentos hasta el momento para demostrar que la igualdad de género mejora nuestra ayuda humanitaria, fortalece los esfuerzos de protección de nuestras misiones de mantenimiento de la paz, contribuye al éxito de las negociaciones de paz y la sostenibilidad de los acuerdos, y acelera la recuperación económica después de los conflictos. Recopila la creciente evidencia acumulada por investigaciones científicas que demuestra que las negociaciones de paz en las que hay una influencia de las mujeres tienen una probabilidad mucho mayor de culminar en un acuerdo y de perdurar. De hecho, la probabilidad de que un acuerdo dure 15 años aumenta hasta un 35 por ciento. En los casos en que las comunidades afectadas por conflictos se esfuerzan por empoderar a las mujeres, tienen una recuperación económica y una reducción de la pobreza más rápida y resultados humanitarios mucho mejores, no sólo para las mujeres y las niñas sino para las poblaciones enteras.
En un mundo en el que los extremistas hacen de la subordinación de las mujeres un aspecto principal de su ideología y tácticas de guerra, la comunidad internacional y las Naciones Unidas deberán colocar la igualdad de género en el centro de sus intervenciones de paz y seguridad. Más allá de las políticas, las declaraciones y las aspiraciones, la igualdad de género debe impulsar nuestras decisiones acerca de las personas a quienes contratamos y en qué gastamos nuestro tiempo y dinero.
Está claro que debemos esforzarnos a fin de lograr cambios tangibles para las mujeres afectadas por la guerra y aprovechar la capacidad sumamente ignorada de las mujeres para evitar estos conflictos. Los países deben hacer más para acercar a las mujeres a las mesas de negociación en todas las conversaciones de paz. La sociedad civil y los movimientos de mujeres han hecho contribuciones extraordinarias a los procesos de paz eficaces. Sabemos que cuando las y los representantes de la sociedad civil participan en los acuerdos de paz, es un 64 por ciento más probable que los acuerdos tengan éxito y sean duraderos.
Ha llegado el momento de poner fin a la dominación de los procesos de paz por quienes luchan en las guerras y la descalificación de las personas que trabajan por la paz. Ha llegado el momento de poner fin a la inversión insuficiente en igualdad de género. El porcentaje de ayuda a los Estados frágiles que está orientada a la igualdad de género como uno de los objetivos principales es apenas del 2 por ciento. El cambio exige medidas audaces, y no puede suceder si no hay inversión.
Ahora ha llegado el momento. El 25 de septiembre, los países de las Naciones Unidas adoptaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que expresa la intención de “velar por que todos los seres humanos puedan hacer realidad su potencial con dignidad e igualdad” y “propiciar sociedades pacíficas, justas e inclusivas libres del temor y la violencia”. Dos días después, 72 Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno asistieron a nuestra Reunión de Líderes Mundiales para destacar el apoyo de alto nivel para la igualdad de género y comprometerse a tomar medidas concretas. Además, el 13 de octubre el Consejo de Seguridad celebrará el 15º aniversario de la resolución 1325 para inyectar nueva energía, ideas y recursos al liderazgo de las mujeres para la paz.
En un mundo tan afectado por conflictos, extremismo y desplazamiento de personas, no podemos depender solamente de las chispas de esperanza que despiertan las acciones extraordinarias de personas comunes. Necesitamos toda la fuerza de nuestras acciones colectivas y el coraje político de las y los líderes de la comunidad internacional. Después de todo, los aniversarios deben de servir para algo más que para contar el paso de los años. Deben ser el momento en que convertimos las palabras en acciones.