¿Cómo es la capital del país que gobierna el excéntrico Kim Jong-un?

PYONGYANG. Restaurantes de sushi, supermercados con aceite de oliva español, un cine en 3-D o un número creciente de taxis que recorren una ciudad donde no paran de construirse altas torres. Pyongyang se transforma a la vez que surge una emergente clase media.

La oscuridad es la tónica cuando cae la noche en la capital norcoreana, las escasas farolas no dejan ver más allá de pocos metros y sus habitantes ya acostumbrados cruzan los pasos subterráneos a tientas.

Muy cerca de la céntrica plaza de Kim Il Sung, protagonista de los impresionantes desfiles militares del régimen, destaca sin embargo la iluminación de las torres de Mansudae.

Son el símbolo del nuevo Pyongyang, muy alejado de los tristes bloques de viviendas de estilo soviético que todavía dominan la ciudad, en cuyas limpias calles carentes de cualquier tipo de sofisticación no se atisban escaparates ni comercios, a excepción de pequeños quioscos de comida y bebida.

Los bloques de Mansudae, que forman el conocido como “Pyonhattan”, acogen a sus pies algo que hubiera sido impensable hasta hace muy poco en Corea del Norte: pequeños centros comerciales con parking y suelos de mármol que ofrecen restaurantes, cafés y supermercados que no tienen nada que envidiar a los de la consumista Seúl.

“Por primera vez un alto número de norcoreanos cuenta con poder adquisitivo e incluso lo demuestra de manera ostentosa. Es un gran cambio. Se puede hablar de una clase media emergente”, explica a Efe Sokeel Park, experto en Corea del Norte que reside en Seúl.

En las estanterías de un lujoso supermercado sin apenas clientela situado en el centro de la capital se pueden ver salchichas alemanas en botes de cristal, cereales, “kétchup”, café italiano y botellas de whisky.

El litro de aceite de oliva español cuesta 1.950 wones, (unos 19 euros) y el bote mediano de Nutella, 700 wones (unos 7 euros al cambio oficial).

Justo al lado, en el restaurante Haenati (Amanecer), las camareras coquetamente uniformadas sirven en un moderno salón comida coreana y japonesa a una clientela exclusivamente local.

Un copioso almuerzo para dos personas asciende a 25 euros, moneda en la que se puede pagar sin ningún problema.

Un trabajador de una fábrica en Corea del Norte puede cobrar en torno a los 2.000 wones (unos 200 euros) mensuales, mientras que los sueldos de los funcionarios oscilan entre los 1.000 y los 6.000 wones (entre 100 y 600 euros), según revela el libro “North Korea Confidential”, de Daniel Tudor y James Pearson.

En las hasta hace poco tranquilas calles de Pyongyang, una ciudad de unos 2 millones de habitantes donde todavía no hay semáforos, ahora se pueden ver numerosos coches importados, sobre todo chinos, y una cantidad creciente de taxis de cuatro compañías diferentes.

Una carrera media cuesta unos dos dólares.

Mientras los móviles están completamente generalizados, los teléfonos inteligentes son cada vez más frecuentes.

“Es bastante caro. Yo no me lo puedo permitir, pero me lo han comprado mis padres”, asegura una joven que tiene en sus manos un teléfono inteligente de la marca norcoreana Pyongyang y que cuesta 100 dólares.

“Existen cada vez más evidencias de que desde hace tres años el Gobierno realmente no está reprimiendo el comercio privado. Podríamos decir que se está experimentando cierta liberalización. Aunque esta palabra sigue siendo mal vista, por lo que hablaríamos de un capitalismo camuflado”, explica el experto.

Además, a ello se une el auge de inversión en infraestructuras del régimen de Kim Jong-un, que a pesar de estar en bancarrota este año ha inaugurado un flamante aeropuerto en la capital, ha construido un barrio de torres para científicos, un delfinario y acaba de poner en marcha un crucero de lujo por el río.

Los analistas aseguran que el desarrollo no solo se nota en la capital, donde los monumentales edificios oficiales e impresionantes museos y teatros se reparten por amplias avenidas; el cambio se está produciendo en todo el país.

Desde principios de la pasada década, tras las duras hambrunas de los años 90 motivadas por el colapso del sistema público de distribución de alimentos, los norcoreanos empezaron a buscarse la vida y comprar y vender en mercados.

Estos están ya institucionalizados e incluso se cobran “cuotas” a los comerciantes, lo que vendrían a ser impuestos.

Además, han surgido oportunidades económicas, como nuevas licencias para negocios vinculados al Gobierno, incluso de exportación, y más autonomía de gestión de los sectores industrial y agrícola en las provincias.

El creciente bienestar de la nueva élite económica contrasta sin embargo con los altos niveles de pobreza en todo el país, incluida la capital, donde todavía centenares de miles de personas viven en la miseria y la brecha entre ricos y pobres se acentúa.

“Habrá que ver hasta donde se llega con estas políticas aperturistas, pero ir hacia atrás será difícil. A los norcoreanos les cuesta cada vez más ver que no solo Corea del Sur sino sobre todo China va más rápido que ellos”, apunta Park, investigador de la ONG Liberty for North Korea.

Por Ramón Abarca

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