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ESTOCOLMO. El Premio Nobel de Economía recompensó este año a Angus Deaton, que entrevé un mundo mejor gracias a los avances de la salud pública y propone acelerar el desarrollo con una propuesta iconoclasta: reducir la ayuda internacional.
El académico británico-estadounidense, que enseña en la prestigiosa Universidad de Princeton, formuló esa idea en su libro de referencia, “La gran evasión: salud, riqueza y orígenes de la desigualdad”, publicado en 2013.
Deaton describe en esa obra los avances de la Humanidad desde el siglo XVIII y piensa que hay que disociar esta mejoría de la acumulación de riquezas y del aumento generalizado del nivel de actividad económica, que es el objetivo de la ayuda.
Este enfoque no cuantitativo lo llevó a integrar la “Comisión Stiglitz”, formada en 2008 a instancias del entonces presidente francés Nicolas Sarkozy, para definir parámetros de progreso diferentes del Producto Interior Bruto (PIB).
El libro sostiene igualmente que los países occidentales derrochan sus recursos tratando de que los países pobres imiten sus modelos de crecimiento.
Según Deaton, el primer paso debe darse en el campo de la salud, y en particular en la lucha contra la malnutrición.
Y mejorar la salud de los países pobres debería ser poco costoso, si se concentraran los esfuerzos financieros en la investigación de enfermedades de los países en desarrollo o en la distribución directa de vacunas o raciones alimentarias.
La clave reside en inversiones que favorezcan a los países en desarrollo, pero sin realizarlas forzosamente en los países en desarrollo.
“El aumento de ingresos no implica un aumento de calorías que se consumen”, señaló el jurado del Nobel al explicar las aportaciones del nuevo galardonado.
Uno de sus críticos más virulentos es Bill Gates, el multimillonario fundador de Microsoft que creó una fundación de ayuda al desarrollo, para quien los argumentos de Deaton contra este tipo de ayuda son “débiles”, e incluso “extraños”.
“Deaton y otros críticos de la ayuda se interesan, por ejemplo, en la ayuda que se concibió para ayudar a cierto sector de la economía estadounidense, ven que no ha hecho subir el PIB en los países pobres y concluyen que la ayuda debe de ser un fracaso”, subrayó en su blog.
Charles Kenny, experto del Center for Global Development, un centro de estudios de Washington, formula críticas similares: “Hay pruebas de que incluso en países mal gobernados y dependientes de la ayuda, ésta puede contribuir a veces a construir sistemas de salud básicos”.
“Deaton mete todo en el mismo saco”, abunda Duncan Green, consejero de la oenegé Oxfam. El argumento de que la ayuda favorece más la corrupción que la democracia “puede ser cierto en algunas circunstancias pero no justifica de ninguna manera, como sugiere Deaton, la supresión de cualquier forma de ayuda”.
Interrogado una vez sobre este polémico asunto por otro economista, el flamante premio Nobel respondió con datos. Por ejemplo, en África Oriental a largo plazo, según él, “incluso si hubo muy poco crecimiento económico, tuvimos grandes progresos en la salud”.
“La gente me pregunta a veces, cuando he hablado del libro: si le diera 5.000 millones de dólares para ayudar a los pobres del mundo, ¿los quemaría? Y les digo que no (…) Lanzaría un nuevo instituto nacional de la salud para que se centrara en enfermedades como la tuberculosis, el paludismo, etc.”, explicó.
Fuente: diariolibre.com