Estados Unidos .- El equipo de oficiales de seguridad de Thomas Ormerod enfrentaba una tarea aparentemente imposible. Se les pidió entrevistar a pasajeros en los aeropuertos de Europa, con el objeto de descubrir a un puñado de falsos viajeros “plantados” entre la multitud.
De hecho, sólo una de 1.000 personas que tenían que entrevistar intentaría engañarlos. Era como encontrar una aguja en un pajar.
¿Qué hicieron? Una buena opción era concentrarse en el lenguaje corporal o los movimientos de los ojos, ¿correcto? ¡Incorrecto! Eso hubiera sido, de hecho, una mala idea.
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Estudio tras estudio han encontrado que los esfuerzos –incluso por parte de policías profesionales- de leer las mentiras en el lenguaje corporal y las expresiones faciales rinden frutos similares a dejarle la cuestión a la suerte.
En una de las investigaciones, sólo 50 de 20.000 personas lograron hacer un juicio correcto con más de 80% de precisión.
El equipo de Ormerod trató una estrategia diferente y logró identificar a los pasajeros falsos en la vasta mayoría de los casos. Para ello tuvo que botar a la basura las claves generalmente aceptadas del engaño y comenzar de cero.
Clinton y la nariz
Durante los últimos años, la investigación sobre el engaño ha estado plagada por resultados decepcionantes.
La mayoría del trabajo previo se ha concentrado en leer las intenciones del mentiroso en su lenguaje corporal o su rostro, a partir de pistas como el sonrojo, la sonrisa nerviosa o los ojos distraídos.
El ejemplo más famoso es el de Bill Clinton, que se tocó la nariz cuando negó su affair con Monica Lewinsky, lo que entonces se tomó como un signo seguro de que estaba mintiendo.
Fuente: BBC MUNDO