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¿Es peligroso para la salud? Todo lo que debes saber sobre el cigarrillo electrónico

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Al igual que en la mayoría de países desarrollados, el tabaco es la primera causa de muerte evitable en España. Aunque su consumo no ha dejado de disminuir, el Ministerio de Sanidad calcula que al año mueren unas 60.000 personas por este hábito; 1.500 de ellas son fumadores pasivos.

Todo el mundo está de acuerdo en que fumar es peligrosísimo y cualquier herramienta que ayude a abandonar el hábito es bien recibida. Ayudar a dejar de fumar fue, precisamente, el gran reclamo de los cigarrillos electrónicos, un dispositivo creado hace una década en China, popularizado en EEUU y protagonista de un boom en nuestro país tan intenso como fugaz.

En 2009 sólo había dos tiendas de cigarrillos electrónicos en España. En 2014 se vendían en más de 3.100 locales exclusivos y 4.000 estancos. En 2013 el sector facturó 246 millones de euros. Pero entonces empezaron a aparecer las noticias que aseguraban que los cigarrillos electrónicos no servían para dejar de fumar e, incluso, eran peligrosos.

En marzo de 2014, la doctora Julia Tábara, responsable de la unidad de tabaquismo del hospital en el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña diagnosticó un caso de neumonía lipoidea asociado al consumo de cigarrillos electrónicos. Era el segundo caso detectado en el mundo. Los médicos descubrieron nódulos adiposos en sus pulmones y los achacaron a la glicerina vegetal presente en el líquido del cigarrillo electrónico. El paciente abandonó su consumo, evolucionó bien y fue dado de alta, pero la noticia corrió como la pólvora.

Como explica a El Confidencial el doctor Riccardo Polosa, director del Instituto de Medicina Interna e Inmunología Clínica de la Universidad de Catania (Italia) y responsable del Centro Universitario para la Investigación del Tabaco, “es imposible que los cigarrillos electrónicos causen neumonía lipoidea y no hay ningún argumento químico o científico que vaya en contra de esta afirmación”.

En su opinión, “este es sólo uno de los muchos ejemplos de ciencia basura diseñada para crear alarma y asustar al público y los usuarios”. La misma mala ciencia que, según Polosa, llevó a un grupo de investigadores a asegurar que los químicos de los cigarrillos electrónicos producían una sustancia cancerígena, el formaldehido, en el proceso de vapeo. Una afirmación a la que llegaron, según el médico, tras un error metodológico de bulto y unas condiciones de laboratorio poco realistas, pues los usuarios del cigarrillo electrónico jamás están expuestos a unos niveles de formaldehido tan extremos.

Poco importaron los desmentidos. En diciembre de 2014 apenas quedaban 140 tiendas en todo el país. Las ventas cayeron un 70%. En la misma línea de lo que opina Polosa, los representantes del sector denunciaron que los cigarrillos electrónicos estaban siendo víctimas de un movimiento intencionado y organizado de desprestigio por parte de las compañías que venden otros productos para dejar de fumar.

Los médicos están enfrentados

Lo cierto es que el cigarrillo electrónico ha logrado enfrentar enconadamente a una comunidad médica que hasta su aparición era bastante unánime en todo lo que respecta al tabaco. Para algunos médicos, los vapeadores son la herramienta perfecta para dejar de fumar, pues imitan a la perfección al tabaco, evitando gran parte de sus efectos perniciosos. Según la Asociación Nacional del Cigarrillo Electrónico (ANCE) el e-cig no perjudica a las personas de alrededor, disminuye el síndrome de abstinencia del fumador y no causa problemas de pulmones o de corazón. Para otros, el cigarrillo electrónico no es más que un sustituto high-tech del pitillo convencional: menos peligroso, sí, pero más cómodo y limpio, lo que permite mantenerse enganchado a la nicotina para siempre, fumando en cualquier lugar, y devolviendo el acto de fumar a las situaciones cotidianas.

Aunque aún no está claro qué efectos concretos tiene el cigarrillo electrónico en nuestro cuerpo, nadie duda que es menos perjudicial para la salud que el tabaco convencional. Ese no es el problema. Como explicaba Sabrina Tavernise en un completo reportaje en The New York Times, el dilema principal gira en torno a una sencilla pregunta: ¿los cigarrillos electrónicos harán que la gente fume más o menos?

Para el doctor Francisco Rodríguez Lozano, presidente de la Red Europea de Prevención del Tabaquismo, no hay estudios que demuestren que los vapeadores sean inocuos –”al revés”, asegura–, pero es algo que no tiene mayor importancia. Lo preocupante, apunta, es que el cigarrillo electrónico resucita el acto de fumar en los espacios públicos como algo normal.

“Habíamos conseguido que se prohibiera fumar en todos los espacios públicos”, explica Rodríguez. “Los jóvenes perciben que lo normal no es fumar, y en los lugares de convivencia no puede hacerse. Si empezamos a ver en los restaurantes a gente haciendo algo parecido a fumar volveremos a introducir el hábito en la sociedad”.

Pero ¿no es útil el cigarrillo electrónico si logra que las personas adictas cambien un hábito muy peligroso por otro que lo es menos? “Los únicos estudios que se han publicado dicen que el efecto que producen en dejar de fumar es similar al de parches o chicles”, explica el médico. “¿Cuál es la diferencia? Conocemos muy bien los efectos de los chicles y los parches y están muy controlados, pero no los del cigarrillo electrónico. Con estos productos no tiene sentido meter uno nuevo que, además, reintroduce el espectáculo de fumar entre la gente joven”.

Para Polosa, no hay duda de que el cigarrillo electrónico sirve para dejar de fumar, pues reemplaza el ritual asociado al tabaco sustituyendo un producto mortal y altamente tóxico por otro menos dañino. Quizás no es adecuado para todos los fumadores, pero es ideal para aquellos a los que les cuesta más dejarlo. Y, en su opinión, contamos ya con los suficientes estudios para garantizar su seguridad.

“Aplicar el principio de precaución al cigarrillo electrónico por sus riesgos inexistentes, porque va a perpetuar la adicción a la nicotina o va a crear una nueva entre los jóvenes es del todo ilógico”, asegura el doctor italiano. “Debemos ser precavidos cuando un fenómeno, un producto o un proceso con efectos potencialmente peligrosos no ha sido sometido a una evaluación científica completa y objetiva, por lo que no se puede determinar su daño con la suficiente certeza. Y este claramente no es el caso del cigarrillo electrónico, que reduce el riesgo asociado al tabaco”.

En opinión de Rodríguez, las afirmaciones de Polosa son minoritarias entre la comunidad médica. Y es contundente: “Algún medico puede decir lo contrario, pero no hay evidencia de que sirva para dejar de fumar, de que sea seguro, y la OMS nos ha pedido que le digamos a los españoles que no lo usen”.En agosto de 2014 se publicó un informe de la OMS pidiendo la prohibición preventiva y drástica del e-cig. 53 médicos respondieron con una carta a Margaret Chan, directora general de la OMS, alegando que debe considerarse como una alternativa menos dañina al tabaco y, en octubre de ese mismo año, en la Conferencia de las Partes en la Convención Marco del Tabaco, la OMS acordó pedir a los Estados miembros que eliminasen la publicidad y les recomendó que ejercieran una de estas opciones: prohibir los productos, regularlos como medicamentos, regularlos como tabaco, como bienes de consumo o en una categoría propia.

A vueltas con la legislación

Mientras se publican nuevos estudios –esperemos que independientes– sobre las bondades y peligros del cigarrillo electrónico, urge legislar sobre un producto que, a día de hoy, puede utilizarse en cualquier espacio cerrado exceptuando colegios, hospitales, transportes públicos y edificios de la administración. Esta prohibición parcial no parece tener mucho sentido. ¿Es que acaso es peor el cigarrillo electrónico para un bibliotecario que para un camarero?

Como informaba El País, el Gobierno, a través del ministerio de Sanidad, tiene la intención de equiparar el cigarro electrónico con el tabaco, encerrándolo en uno de los marcos regulatorios más duros que dispone el código legal, algo que para Polosa no tiene mucho sentido: “sobre la base de los conocimientos actuales de los beneficios, las medidas reguladoras deberían abordar principalmente las normas de seguridad y calidad, las tapas a prueba de niños en contenedores de líquidos, la verificación de los niveles de nicotina y la descripción de los ingredientes del producto, así como una completa y precisa etiqueta del envase y las obvias advertencias de seguridad y de vigilancia posterior a la comercialización”.

Una de las principales razones para prohibir que se fume en lugares cerrados es que el tabaco daña a todas las personas que rodean al fumador, algo que no ocurre del mismo modo con los vapeadores, cuyos contaminantes desaparecen del ambiente en cuestión de segundos. Para Polosa no cabe duda de que la figura del fumador pasivo no existe en el cigarrillo electrónico, por lo que la legislación no debería ser la misma.

“Comparar el cigarrillo electrónico al tabaco es ilógico y contraproducente, debido a la diferente naturaleza de los productos y a que reduciría la competitividad de los vapeadores en el mercado, lo que impediría su accesibilidad y aceptabilidad como sustitutos del tabaco. Esto haría que millones de personas en todo el mundo no se plantearan dejarlo”, asegura Polosa.

Para Rodríguez por mucho que el cigarrillo electrónico sea menos malo (algo que acepta) permitir que se use en cualquier sitio es un error. En su opinión no podemos cambiar un producto muy tóxico por otro menos tóxico –pero que sigue teniendo nicotina– y que, además, se parece demasiado a fumar. “No se trata de reducir el riesgo”, explica el médico. “En el plano global lo que hay que hacer es decirle a la gente que no fume y punto”.

Fuente:El Confidencial

 

 

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